viernes, 2 de agosto de 2013

¿Dónde te dejas el cerebro?


A veces me repatea, pero creo que encajo en gran parte de ese 'prototipo de psiquiatra' que al menos en el gremio médico se conoce bien. Y más me vale, porque espero encontrar en la Psiquiatría un trabajo más estimulante de lo que me resulta el día a día en el resto de especialidades que he ido conociendo hasta ahora.

'Un psiquiatra es un médico al que no le gusta la sangre'; es el típico chiste que suelen hacer los propios adjuntos de servicios de Psiquiatría. Y esto en mi caso es parcialmente cierto, depende de cómo se entienda: nunca tuve problema en asistir a grandes cirugías y aunque nunca me gustaron las agujas ni las hemorragias, lo fuí controlando a lo largo de la carrera hasta llegar a un punto en que ya rara vez me mareaba o incomodaba por la sangre. Ahora, en urgencias, simplemente no me molesta: he tomado alguna gasometría arterial, he hecho compresiones a hemorragias, he puesto grapas a desgarros en cuero cabelludo muy sangrantes... no me parece ni siquiera desagradable. Ahora bien, no me encanta precisamente pinchar y, como me pasa con todo tipo de trabajos manuales y mecánicos, rápido me acabo aburriendo y asqueando. Tampoco suelen dárseme bien, dicho sea de paso. 
Soy una manazas, digámoslo claro.
Y de los psiquiatras se piensa eso: que son patosos, que mucho filosofar y poco pinchar, que no les interesan estas cosas y que más contentos estarían hablando sobre el sentido de la vida.

Otra cosa: me aburren las patologías estructurales, por eso nunca me gustó la Cardiología por ejemplo: ver electrocardiogramas es repetitivo y muy sistemático, entender cómo se produce una trombosis o un infarto y cómo se trata es también mecánico. Son enfermedades que no me interesan, más allá de poder ayudar a quien las padezca, claro. No podría dedicar mi vida a hacer cateterismos y ver qué arteria coronaria está obstruída, para ir a desatascar aquello; demasiado mecánico todo. Las especialidades quirúrgicas, como cabe deducir, tampoco iban a ser precisamente lo mío. O si tomamos el ejemplo de la Neurología: odio localizar los infartos cerebrales y limitarme a ese tipo de patologías estructurales a la hora de estudiar el órgano más interesante -con diferencia- del cuerpo humano. Con el cerebro pensamos, soñamos, percibimos el mundo: no podría limitarme a sus infecciones, sus alteraciones motoras o sensitivas, su degeneración, sus tumores... todo eso es importante, ¿pero qué no es importante para los pacientes en Medicina? 
Simplemente es que no estoy hecha de esa pasta.

Cuando los internistas, por ejemplo, preguntan al paciente si le han hichado o no las piernas, si tuvo fiebre, si tuvo o no diarrea, con cuántas almohadas duerme o si se fatiga más tumbado en cama... yo pienso que lo que de verdad me interesa es saber cómo vive y cómo entiende esa persona su enfermedad. En el hospital los pacientes suelen estar temerosos, duermen mal, están deprimidos, se cuestionan bastantes cosas sobre su vida diaria y sobre su vida futura. Pero todo eso parece quedar relegado a un segundo plano por ser menos transcendente para los médicos. Me siento una dispensaria de fármacos, de verdad, o un robot de diagnóstico por algoritmo. Y estoy tratando con personas, coño.

Luego está el hecho de que sí, como a muchos 'prototipo psiquiatra', me gusta mucho la Filosofía y las Humanidades en general. Siempre fueron mis asignaturas favoritas y si no me decanté por ellas en la universidad fue por ese afán de 'salvar el mundo' del que hablé en posts pasados y que marcó todavía más mis años de adolescencia. Aunque tengo mucho interés científico, la mayoría de las asignaturas en Medicina me parecieron un auténtico coñazo. Y es un proyecto de vida el acabar estudiando alguna de esas cosas; podría ser Literatura, Filosofía, Antropología... me parece lo más motivador de esta nuestra miserable existencia.


Y es que no soy capaz de parar a un paciente durante la entrevista clínica: me está contando que su mujer ha muerto recientemente y que cuando piensa en ella le viene ese dolor opresivo centrotorácico que sí, es una angina inestable típica, pero que él asocia a todo esto y yo quiero escucharlo. O me comenta que lo que le preocupa es que llegue pronto el alta, e irse a casa solo y volver a encontrar todos los rincones que compartió con ella y que ahora sólo traen recuerdos dolorosos.
Pero tengo que pararle y preguntar si le duele el pecho, si ha notado palpitaciones, si tose, cómo son las flemas en caso afirmativo, si tuvo fiebre o escalofríos, si últimamente ha meado menos.
Y no, no ridiculizo estas preguntas, como ya dije antes todos los aspectos de la Medicina son igualmente importantes y sobre todo para quien padece estas o aquellas enfermedades. Hablo a título personal, sobre mi propio interés en las personas y el tipo de motivación que encuentro en entenderlas.

Siento que no encajo en Medicina Interna. No comparto esa pasión que suelen tener los internistas por las enfermedades raras o por descifrar un diagnóstico a base de revisar y revisar historias clínicas e interrogar a fondo sobre los síntomas. Y esto me choca, ya que era una de las especialidades que incluso me llegué a plantear durante la carrera, por ser muy clínica e interrelacionar un poco de todo: que vienen a ser dos facetas que me parecen geniales y muy acordes con mi personalidad.

Por ahora, seguiré aprendiendo. Mi sitio no está aquí pero puedo sacar mucho provecho a estos meses de rotatorio y creo que lo voy haciendo. Lo malo es que no llegue a encontrar mi sitio en otro lado: tengo miedo de que la Psiquiatría me decepcione también o que no pueda con ella. No sé, yo creo que el cansancio está haciendo mella y estoy cayendo inevitablemente en la rutina. Y no soporto la rutina.



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