jueves, 1 de agosto de 2013

Honestidad brutal



Baladas para morir lentamente. 
Pudiera ser Portishead. Con té verde. Y, calmarse.

A los idealistas nos pasan estas cosas: nos llevamos desencantos cada vez que la realidad azota con fuerza a las expectativas. Hubo un tiempo en que me emocionaba demasiado al contarle a la gente por qué había querido ser médico -hasta el punto de empañárseme los ojos-
Tuve que aprender a controlarlo. 

Y no hablemos de esos días de adolescencia en que leía frases de Ché Guevara y me imaginaba como futura revolucionaria del humanismo en la medicina, combatiente de las injusticias de este planeta, promotora del cambio social.
 '...y sobre todo, sean siempre capaces de sentir en lo más hondo cualquier injusticia cometida contra cualquiera, en cualquier parte del mundo. Es la cualidad más linda de un revolucionario.'

Pero ahora, el trabajo diario. Darse de morros con pacientes y familiares egoístas, hiperdemandantes, maleducados. No todos lo son, pero sí que toparás todos los días con varios. Y compañeros de trabajo que buscan en esto de ser médico un supuesto prestigio, una estabilidad económica, un 'algo' que dista mucho de idílico. Y lo peor de todo: tener que aferrarse a veces a esos mismos motivos para seguir yendo cada mañana al trabajo. 'Porque al menos, a fin de mes, llegará el sueldo.'

Me invade la duda existencial. 
Cuando en tus jornadas laborales haces de todo, porque hay compañeros que te tratan como a un igual pero otros te utilizan como mula de carga/come-marrones, llegan las preguntas del tipo:
¿soy médico o soy telefonista, una recadera si acaso?, ¿soy médico o soy un muro contra el que familiares y enfermos pueden darse de cabezazos?

Al parecer, lo más importante a veces es bajar la cabeza y asumir que eres retrasado -eso que tantas veces nos hicieron creer ya en los tiempos universitarios-. Porque hay enfermeras que van a gritarte sin motivo alguno a las 8 de la mañana, hay médicos adjuntos que no te miran a la cara mientras te dan órdenes como se las darían a un recluta. Porque hay familiares que piensan que una mujer joven no puede ser médico y no merece respeto tampoco. Hay compañeros de trabajo que intentarán que hagas, si puede ser, su parte de la faena... y luego ya si acaso, te sonríen -con la sonrisa cínica- para que veas el compañerismo que destilan.

Sí, señores; ser médico también tiene su (gran) parte de coñazo. La rutina, el hospital como ambiente de trabajo inhóspito y deshumanizado, la frustración, lo quemante del trabajo en equipo, el sentirte dispensario de fármacos que a veces ayudan y otras no, los papeleos. La inutilidad burocrática de reescribir historias clínicas e informes de alta (tareas que ocupan varias de mis mañanas cada semana). Pacientes con los que te desvives, y que al final deciden montar un buen pollo en la sala de espera diciendo que no les has atendido bien.

Quisiera ser menos Sartre y más Russeau. Pero no puedo, me lo impide el día a día en esto que llaman Medicina. Me duele. Me duele y me jode, pero hay un porcentaje de malos compañeros y de pacientes desagradecidos bastante considerable. Lo sé, suena demasiado fatalista, y me imagino que todo el mundo estará escribiendo posts eufóricos sobre lo genial que es su vida en sus respectivos blogs de Medicina. Qué sé yo. Igual es la maldición del psiquiatra: hiperanalizar.

1 comentario:

  1. No sé si es algo exclusico de vosotros, aquí un internista que piensa lo mismo palabra por palabra. Algún día tendremos más poder y trataremos a la gente por igual y con respeto. Y seremos ejemplo de cómo sobrevivir al burnout. Un saludo!

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