lunes, 29 de abril de 2013

FRANKFURT


Ich liebe Deutschland.

Y es que todas las experiencias que he tenido hasta la fecha en Alemania han sido buenas. Pienso de verdad que el país está un poco infravalorado como destino turístico en España; ese estereotipo de frialdad estética, ambiente gris y cierta falta de vivacidad no es real. Frankfurt, por ejemplo, es una explosión de multiculturalidad con el raro encanto de las grandes metrópolis noreuropeas. Se respira un ambiente de calma en barrios que rodean al centro neurálgico de la ciudad y se amurallan de rascacielos y templos de la economía; la gente va en bici a hacer la compra, hay pequeñas tiendas de materiales de costura y repostería en cada esquina, abundan las cafeterías acogedoras donde hacer un parón para tomar té y tarta.

En este contexto de emigración masiva, crisis económica y liderazgo germánico en la Unión Europea es lógico que surjan reticencias hacia un país que se muestra además como potencia industrial, pragmática y cúspide de la eficiencia. Sin embargo, al menos como turista, Alemania siempre me ha dejado buen sabor de  boca. Aunque aún tengo que explorar Berlín a fondo, me pareció una ciudad interesantísima y llena de cultura moderna e histórica. Mi paso por Hamburgo fué también una explosión de vida parecida a Frankfurt: es una mole, una ciudad plagada de hombres de negocios trajeados junto a ciclistas con chubasqueros de colores que se paran en los puestos de frutas y en las múltiples tiendas de segunda mano o de productos ecológicos que encontrarás en cada esquina. Bremen, por su parte, es un rinconcito con encanto donde la arquitectura gótica se lleva la palma. Sorprende también el mundo rural alemán, con su apariencia ultraorganizada y sus casas con tejado de piedra.

Mi idea personal es que las capitales y grandes ciudades del sur son a primer golpe de vista, más llamativas. Son ciudades para visitar. Madrid, Barcelona, París, Roma... todas te envuelven en una especie de torbellino   de sensaciones, de colores más vivos, de intensidad. No obstante se me antojan caóticas para la vida diaria, mientras que las metrópolis del norte son más habitables, ordenadas, tranquilas.
Incluso Londres, donde siempre me he sentido en medio del centro del universo, me resulta más manejable que las grandes ciudades españolas o italianas. Quizás sea la influencia del clima, del carácter latino... no sabría descifrarlo con precisión.

Volviendo a Frankfurt; no creo que mucha gente se plantee unas vacaciones en esta ciudad, es sobre todo un destino para los negocios y un intercambiador de vuelos llegados de todos sitios. Mi viaje a Frankfurt surgió a raíz de un vuelo barato, como otros tantos que se ofertan tanto al aeropuerto de Hahn (Ryanair) como al aeropuerto internacional (sobre todo, Lufthansa) ya que hay unos 260 destinos directos y el tráfico de pasajeros se sitúa cada año en el top 3 europeo, junto a Heathrow y Charles de Gaulle.
Al principio pensé en desviar mi trayectoria para visitar Heidelberg o Colonia (de las dos se dice que son muy bonitas) y Frankfurt me lo imaginaba como unas vacaciones de poco interés y más bien lúgubres. Los buenos precios de los hostales y la fácil conexión en autobús desde Hahn, acabaron por llevarme hacia el Meno 4 noches, de todos modos. Y la verdad es que no me arrepiento.

¿Qué hacer en Frankfurt?
Hay varias atracciones turísticas de todos tipos, si es que lo tuyo son los museos y los edificios emblemáticos. Yo me acabé decantando por visitar la casa de Goethe y el museo arqueológico, pero hay también una buena galería de arte (galería Städel), además de museos de arte moderno, arquitectura, cine, artes aplicadas, iconos...

En este cuarto se escribió 'Die Leiden des jungen Werthers' y en esta casa, situada en el casco histórico de Frankfurt, vivió Goethe durante casi cincuenta años.


Me pasé también por la bolsa, con su estatua del toro y el oso, símbolo de la caída y la bajada de los mercados. Se pueden visitar además varias iglesias y edificios de la Unión Europea.

La oferta de restaurantes étnicos es también muy amplia, además de la propia oferta alemana con las cervecerías y restaurantes de comida típica (para amantes de la carne es ideal y la 'Paulaner dom' es un buen sitio para tomarse una pinta a buen precio). Si te gusta la comida india, especialmente, en Frankfurt tienes gran cantidad de sitios de calidad con sólo darte una vuelta por la zona de Sachsenhausen (al norte del río Meno), y una opción recomendable es 'Bombay Palace' donde el Korma de pollo estaba muy rico. De todas formas, me he cruzado con restaurantes persas, tailandeses, japoneses, chinos, italianos, españoles, libaneses... en fín, hay para todos los gustos. Y luego está la repostería alemana (hay pastelerías y panaderías en todas las esquinas). Recomendables las 'berlinesas', los 'pretzels' y varios tipos de pan con queso fundido.

Las compras atraerán también a mucha gente; la calle Zeil alberga galerías comerciales de todo tipo y los precios en Alemania no son tan diferentes a los de España. Recomendables las vistas (¡gratis!) desde lo más alto de esta galería comercial; la fusión de los edificios religiosos reconstruídos y del casco histórico (Römer) con los grandes rascacielos y bancos es impresionante. Frankfurt es una ciudad eminentemente funcional, pero que alberga muchos recovecos bonitos y sobre todo atmosféricos.

Somos unos afortunados. Vivimos en una época donde las distancias son tan cortas que surcamos los aires en unas horas y aventuras como perderse en una ciudad nueva o descubrir otra cultura están al alcance de mucha más gente que en épocas pasadas. Viajar ha perdido ese sentido de 'hazaña' que supongo encerraría para los antiguos, ya que llegar a destino en cualquier rincón de Europa -y un poco más fuera del continente, pero no tanto- es cuestión de un ratito. Alguien me dijo que le había perdido el miedo a la incertidumbre al haberse despertado en su casa esa mañana y haber dormido en Bangkok ese mismo día, que de repente se había dado cuenta de que todo es posible y que precisamente en este mundo en el que vivimos, las posibilidades son inmensas y lo impensable es ya cierto.

Como nos decía Werther en una de sus cartas sobre la vida: " Las flores de la vida no son sino vanas vivencias. ¡Cuántas se marchitan sin dejar el más mínimo rastro! ¡Cuán pocas fructifican y qué pocas de estas frutas llegan a madurar! Y sin embargo,[...] ¿podemos no hacer caso de los frutos maduros, despreciarlos y dejarlos pudrir sin disfrutarlos?"

Cuanto más estáticos nos volvemos, cuanto más nos abandonamos a la rutina y a lo mundano de cada día, más nos cuesta cruzar fronteras. Las fronteras que sean, mentales o geográficas, se tornan dificilísimas y queremos quedarnos estancados en lo conocido una vez más. Sin embargo, una vez pones pié en carretera, quieres más y... redescubres que esos frutos de la vida sobre los que Werther filosofaba, son los que realmente nos llenan la mente de imágenes, anécdotas, vivencias. Y que no hay nada, absolutamente nada, comparable a recolectarlas.


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