domingo, 21 de abril de 2013

Madrid, Madrid, Madrid.



Madrid para mí es colorido, luz, multiculturalidad. Como cualquier capital, es vibrante y llena de vida, pero pienso que tiene también un tono muy meridional típico de las grandes ciudades del sur de Europa. 
Roma, por ejemplo, es una explosión de diseños, colores, aromas y sabores de todo tipo. Como visitante, te 'golpea fuertemente los sentidos', como leí en una guía de Lonely Planet hace tiempo. Ese torbellino de vida se torna a veces en un caos incontrolable, para volver a ser el mejor lugar del mundo al momento siguiente. Una relación amor-odio que yo prefiero en pequeñas dosis, en visitas intensas a esas ciudades, pero sin pasar demasiado tiempo perdido en ellas.

Un amasijo de cosas que me recuerda a varios cuadros de la colección 'Hiperrealismo 1967-2012' del museo Thyssen, culminación de mi viaje.

La lista de 'cosas que ver' en Madrid es interminable: desde los museos de arte hasta el paseo por el parque del Retiro o la Plaza del Sol. El típico bocadillo de calamares que todos los bares ofrecen y llaman 'el auténtico'. Las calles llenas de gente, el metro abarrotado, el calor al mediodía, los turistas americanos y asiáticos, mil idiomas entremezclados en el aire, grandes edificios administrativos, el olor a tapas y cerveza rubia, el cláxon de los coches volviéndose loco en los atascos, los mendigos descalzos pidiendo limosna en los semáforos, las tiendas de souvenir y las tiendas de moda.

Y yo siempre pienso, en cualquier gran ciudad, en el 'Poema de la multitud que vomita', de Federico García Lorca...

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