lunes, 29 de abril de 2013

Lugares comunes



'Me preocupa que tengan siempre presente que enseñar quiere decir mostrar. Mostrar no es adoctrinar, es dar información pero dando también, enseñando también, el método para entender, analizar, razonar y cuestionar esa información. 


Si alguno de ustedes es un deficiente mental y cree en verdades reveladas, en dogmas religiosos o en doctrinas políticas sería saludable que se dedicara predicar en un templo o desde una tribuna. 

Si por desgracia siguen en esto, traten de dejar las supersticiones en el pasillo, antes de entrar en el aula. No obliguen a sus alumnos a estudiar de memoria, eso no sirve. Lo que se impone por la fuerza es rechazado y en poco tiempo se olvida. Ningún chico será mejor por saber de memoria el año en que nació Cervantes. Póngase como meta enseñarles a pensar, a que duden, que se hagan preguntas. No los valoren por sus respuestas. Las respuestas no son la verdad, buscan una verdad que siempre será relativa. 

Las mejores preguntas son las que se vienen repitiendo desde los filósofos griegos. Muchas son ya lugares comunes, pero no pierden vigencia: qué, cómo, dónde, cuándo, por qué. Si en esto admitimos, también, eso de que "la meta es el camino", como respuesta no nos sirve. Describe la tragedia de la vida, pero no la explica. Hay una misión o un mandato que quiero que cumplan. Es una misión que nadie les ha encomendado, pero que yo espero de ustedes, como maestros, se la impongan a sí mismos: despierten en sus alumnos el dolor de la lucidez. Sin piedad. Sin límites.'




Algunos son partidarios de un cine que rompe radicalmente con la literatura, con el teatro, con el resto de las artes plásticas, y se impone como revelador de la realidad de una forma diferente y única. Sin embargo, estractos de celuloide, como este diálogo de 'Lugares comunes' (Adolfo Aristarain, Argentina, 2002) son pequeñas joyas a apuntar en alguna de esas libretas que siempre nos proponemos hojear en los malos ratos. Un material de recapacitación, plastilina para modelar pensando. 

Raras veces lo hacemos.

'El despertar de la lucidez puede no suceder nunca pero cuando llega, si llega, no hay modo de evitarlo. Y cuando llega, se queda para siempre. Cuando se percibe el absurdo, el sinsentido de la vida, se percibe también que no hay metas y que no hay progreso. Se entiende, aunque no se quiera aceptar, que la vida nace con la muerte adosada; que la vida y la muerte no son consecutivas, sino simultaneas e inseparables. Si uno puede conservar la cordura y cumplir con normas y rutinas en las que no cree es porque la lucidez nos hace ver que la vida es tan banal que no se puede vivir como una tragedia...'


A apuntar en la libreta también el nombre de Aristarain, para seguir viendo su cine, que promete y mucho... y que con 'Lugares comunes' me dejó, como se dice, con el corazón en un puño. Lucidez es lo que despierta este hombre, y es desde luego un equilibrista de las emociones y sentimentalismos. 

El sistema educativo actual, y me temo que el de todos los tiempos pasados, lleva años dándome quebraderos de cabeza. Ese interés por el adoctrinamiento, por la memorización de conceptos vacíos, por un ejercicio mental que más conlleva de repetición que de entendimiento... toda esa ideología que me saca de quicio. Como dijo el escritor americano Chuck Palahniuk (conocido por 'El club de la lucha', sobre todo); 'La educación le enseñará a mi hijo a ser un buen empleado, pero jamás a dirigir su propio negocio'.
A pesar de haber navegado más o menos en las aguas de lo que llaman 'educación superior', hasta llegar por fín a la licenciatura, confieso que no estoy de acuerdo con estos métodos. Que poco, muy poco, he aprendido estudiando para los exámenes y centrándome en el tipo de preguntas y de valoraciones que los profesores me inculcaban. La educación universitaria, que siempre había idealizado, se tornó en una serie encadenada de obstáculos teóricos, de requisitos burocráticos, que fuí saltando hasta conseguir un trozo de papel que dice que soy médico. Pero realmente, ¿qué he aprendido en las aulas?, ¿qué me llevo de estos largos años de trabajo duro?

Dicen que durante la residencia (el famoso MIR), se estudia más y mejor que en todo el resto de los años académicos. Quizás sea el hecho de encontrar por fín una aplicación, una realidad, a lo que hacemos. El saber que tu estudio diario ayuda realmente al paciente, el cribar de una vez por todas esa inmensa cantidad de información inútil que tanto recalcamos para exámenes tipo test y otros obstáculos. Y quedarnos con lo que de verdad nos ayuda a comprender las cosas, lo que nos hace pensar, lo que al paciente -en definitiva- le importa.

El cine nos ha vuelto a demostrar a los pesimistas e incrédulos, que los humanos tenemos un potencial infinito para lo bueno y para la belleza, no solamente para todo aquello que despierta rechazo y que nos afanamos en identificar como 'naturaleza humana'. Pero yo pienso que no es real, somos un potencial, hacia cualquier polo del espectro de lo malo y de lo bueno. Y en estos últimos años he descubierto muchas mentes que nos deleitan con un trocito de genio, y que comparten sus ideas a través del cine. 

Esas memorias plasmadas y esas series de pensamientos evocan a su vez otros nuevos. Hay miles de películas capaces de cambiar tu día, incluso de cambiar tu forma de ver las cosas. Muchos se han cuestionado su manera de vivir tras una novela, tras una película. Esa fuerza creativa también es creadora, y los recuerdos además, van ligados muchas veces al momento en que escuchamos esta o aquella canción, a la noche en la que vimos esta o aquella película con cierta persona, a aquel párrafo de la novela que releímos hasta la saciedad.

Mi viaje a Frankfurt empezó con unas memorias sobre la infancia del director Manuel de Oliveira. 'Porto da minha infância'; una colección de imágenes mentales y de sensaciones de aquellos años de su vida, que yo veía sentada junto a las puertas de embarque, mientras una niña le decía a su hermano que hay que tener siete años para poder sentarse junto a la ventanilla. Y que esa es una regla inamovible de la historia.

Qué interesante ver qué significó el cine, como empezó todo, para los grandes directores de los que tanto absorbemos película tras película. Hace poco que ví también 'La morte rouge (Soliloquio)' de Víctor Erice, y me conmovió pasearme por sus memorias sobre 'La garra escarlata'... que fué la primera película en grabarse en su memoria.

De Haneke, por ejemplo, he aprendido el análisis minucioso de una situación, el uso de ese 'bisturí de Haneke' que dicen muchos de sus seguidores, para seccionar con cuidado el cadáver de una época histórica o de una situación personal. Su cine, que siempre supone al espectador como ser pensante e inteligente capaz de decidir por sí mismo qué es qué y en qué evolucionará ese análisis, es un arma potente de reflexión. 'La cinta blanca' por ejemplo, es una autopsia sobre la sociedad alemana antes de la I guerra mundial, una disección de la represión y crueldad de una Alemania que dió lugar a un caldo de cultivo para el horror en décadas venideras. El drama personal de 'La pianista' fué también una historia de impacto a la hora de entender los motivos de una persona para desarrollar ciertas tendencias sexuales y comportamientos auto-agresivos que encuentran placer en la denigración de uno mismo. Y 'El séptimo continente', crítica sangrante del capitalismo y de la desesperación de lo cotidiano. Y 'Caché' o 'Código desconocido', ambas centradas en la realidad de la inmigración. Y tantas otras piezas por descubrir y por analizar, salidas de la mente de este austríaco, con su estilo austero y su pensamiento frondoso.

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