sábado, 24 de agosto de 2013

El síndrome preguardia.

 
Este síndrome viene siendo ya conocido por mi sistema nervioso, por mis familiares y amigos, incluso por la cajera del supermercado de mi barrio. Y es que el día antes y el día después de una guardia son días de nihilismo y excesos. Lo reconozco cuando intento ver una película y no consigo terminarla sin pausarla treinta veces, o siento que puedo comer cualquier cosa que me apetezca (¡porque me lo merezco, que mañana estoy de guardia y lo voy a quemar a todo! o ¡porque ayer estuve de guardia y hoy hago LO QUE QUIERO!) Lo reconozco en el nerviosismo de preparar las cosas, en intentar vivir lo más parecido a una marmota para reponer fuerzas, en esos sueños de dejarlo todo e irme a lo Thoreau a vivir en un bosque cualquiera, en las llamadas telefónicas donde empiezo hablando del tiempo y termino examinando por qué ser médico es una mierda.
 
No puedo decir que odie el trabajo, a pesar del cansancio y del estrés (casi más psicológico que físico), si elegí esta profesión es porque me gusta ayudar a personas. Entre paciente y paciente, el tiempo pasa deprisa, y no me aburre aunque sea preguntar las mismas cosas una y mil veces o redactar historias clínicas, o auscultar, o leer electrocardiogramas.
Lo bueno de las guardias es que por fin me siento útil y resolutiva, capaz de hacer alguna cosa por mí misma y de decidir cómo se trata a la persona que tienes esperando en la camilla y a su familia.
 
Sin embargo, las guardias son pesadas; pesadas porque rara vez alguien va a decirte que has hecho bien una cosa y sin embargo, no dudarán en gritarte o hacerte sentir como una auténtica mierda si te equivocas (o si lo que haces no les agrada, porque cada maestrillo tiene su librillo y sus manías). Cada persona es un mundo, pero he tropezado ya con varios médicos/enfermeros/el escalafón que sea del personal/ prepotentes y capaces de tirar todo tu trabajo por tierra.
 
Por si fuera poco, el cansancio llega a hacer tanta mella que una mala cara o un comentario cualquiera pueden desatar una furia difícil de contener a ciertas horas de la madrugada, cuando llevas a cuestas horas y horas de desgracia ajena y dedicación absoluta. En momentos como esos, intento buscar 5 minutos para estar sola; me lavo la cara con agua fría, me pongo los cascos y escucho una canción, salgo a que me de el fresco... doy puñetazos al aire en algún lavabo (verídico.)
 
No  tener tiempo es un problema, me agobia saber que nunca podré ver con calma a un paciente, que puedo olvidarme algo importante, que no puedo hacerlo tan bien como quisiera porque los pacientes se acumulan o el adjunto va a pasarse a meter prisa. Que preguntar una duda o admitir tu ignorancia en algún tema, se ve más como una debilidad que como una fortaleza: yo estoy aquí para aprender pero a veces da la impresión de que molestas y que deberías saberlo todo ya. O que eres una retrasada mental si dudas o te equivocas. Y lo peor es llegar a asumir que eso es lo que pasa.
 
 
Luego hay personas, como una servidora, que son más solitarias que la media. Un psiquiatra me encontraría tendencias esquizoides, estoy segura, como ya me he auto-diagnosticado no me importa: no soporto estar rodeada de gente 24h, ¡es agotador!
Incluso a la hora de la comida y de la cena, que son mis dos únicos momentos de descanso, tengo que socializar e integrarme en conversaciones que a veces no me interesan. Llego a casa deseando estar sola toda una semana para recargar baterías. Me agobia también que sea tan difícil conocer gente fuera del hospital, odio que la vida se reduzca al ámbito laboral y que todas las personas con las que socializas sean médicos o enfermeros o trabajadores sanitarios del ámbito que sea. Las guardias fomentan tu cansancio a la hora de hacer otras cosas, conocer gente nueva y salir mentalmente del hospital.
 
Mucha gente bebe café para resistir la guardia, pero a mí la adrenalina me mantiene en pié hasta el final y a partir de las 4am me tomo tilas para conseguir dormir algo al cambio de guardia. Al día siguiente tengo un subidón de energía a primera hora, y luego un bajón nihilista.
 
A ver qué tal sale mi guardia de mañana...
 
 
 
 
 


sábado, 10 de agosto de 2013

Una postal desde Tailandia.



-'A mis pacientes de urgencias me gusta imaginármelos felices, en una barbacoa'; le dice un residente a otro esta mañana. Entre historias clínicas, papeles de ingreso, solicitudes de pruebas diagnósticas -entre todo eso surgen huecos para sincerarse unos con otros, para compartir miedos-.
 
Mientras tanto, mi compañera buscaba desesperadamente a sus pacientes de la anterior guardia en la historia clínica electrónica. Y yo me sentía identificada.
Pero el toque de realismo mágico -o esperanza ciega- me cogió en un momento de ternura: yo también me imagino a mis pacientes haciendo lo que les gusta, cumpliendo sueños, saltando barreras.
 
Por eso volví a pensar en Gonzalo, y esta vez le ví navegando por el Mekong, estudiando la flora y la fauna tailandesa con esa sonrisa y ese buen humor que tenía cuando nos conocimos en el hospital. Gonzalo tiene un poco más de sesenta años y es biólogo. Cuando pasaba visita por las mañanas, me lo encontraba leyendo la 'Muy Interesante' o 'Los pilares de la tierra', y me contaba alguna noticia o cómo iba la cosa en ese capítulo que leía. También me dijo que no quería saber nada sobre su enfermedad, que le habían comentado que encontraron algo en el pulmón y en el cerebro, y que él iba a limitarse a acatar las decisiones que tomásemos los médicos.
 
Entonces, mi adjunto me comentó que Gonzalo tenía organizado un viaje a Tailandia este verano y que no sabía si decirle que lo anulase o que se fuera. La verdad es que no sé por qué quiso consultármelo; tal vez sea una de esas tareas que la gente piensa que debe encomendarse a un psiquiatra. Yo dí mi opinión, sin más: lo mejor sería que disfrutase de ese viaje, y para intentar que todo sea lo más seguro posible, habría que darle sesiones de radioterapia y dexametasona antes de marchar.
 
A los pocos días se fue de alta, con consulta ambulatoria para seguir sus terapias. Los médicos dijeron que las metástasis, al haber afectado al lóbulo parietal y temporal, le habían producido esa belle indifference con la que hablaba sobre su enfermedad. Nunca llegué a saber si eso era real, pero en todo caso, el hecho de negarse a recibir una verdad que sospechaba brutal, demuestra mucha conciencia de realidad. Mucha humanidad.
 
Espero que viaje, siempre es una catarsis. Siempre es inolvidable. De esta vida nos llevamos momentos fugaces, memorias de paisajes, ideas, conversaciones.
Que tus pasos se entremezclen con la multitud en algún recodo tailandés. Que seas tan feliz como te imagino y que este viaje deje en ti la huella que tú dejas incluso en personas como yo, que te han conocido de forma tan fugaz. ¡Gracias!
 
 

jueves, 8 de agosto de 2013

Navegando.


No sé cuánto va a durar esto pero me siento mejor.
Después de esta crisis de identidad médica tan solo dos meses después de empezar, parece que ponerse reflexiva ha sido la cura; recordé que hace años me subí a este barco con la idea de ayudar a personas que están pasando por malos momentos. A veces por el peor momento de su vida.

No cabe duda, será un trabajo duro y a menudo desagradable, desgarrador, frustrante.
Y alguien como yo, que siempre se inclinó hacia otras materias (filosofía/literatura/arte/idiomas...) se preguntará una y mil veces por qué no se dedica a estudiar el arte barroco o la poesía surrealista en vez de dedicarse a algo que muchas veces deprime y duele.*

(*)Y a eso muchos me responden:

-'Hombre, en Humanidades hubieses estado al paro y como médico ya estás trabajando, no te puedes quejar.'

Que sí, que es importante el tema de la pela y que sí, que en España parece ser que el mejor trabajo que puedes encontrar es como médico (y a veces parece que el único, mis compañeros de otras carreras se han ido o están en paro). No es un gran sueldo ni nada por el estilo, pero es decente y puedes independizarte si quieres. Estando el país en ciénaga semejante, al parecer lo lógico sería centrarse en el sueldo mensual sin que importen otras cosas, pero yo creo que no basta. Tienes que pensar si realmente te gusta en lo que trabajas, si 'te llena', si te aporta felicidad. No hay dinero en el mundo que compense levantarse cada mañana con desgana y volver a casa hasta la coronilla. Por el contrario, un trabajo que es tu pasión, es una de las mejores cosas que puedes conseguir en la vida.
Pero elegimos futuro en nuestra adolescencia y muchas veces no tenemos ni idea de qué queremos en realidad; por eso merece la pena -creo yo- pararse a pensar e incluso cambiar las riendas.

Yo no soy demasiado filántropa, pero siempre pensé que la justicia social debiese prevalecer sobre muchas otras cosas, y que un médico puede repartir mucha igualdad en su consulta. Y aliviar el dolor de muchas injusticias. Por eso quise estudiar Medicina.
De mi trabajo diario no esperaba ni prestigio ni posición social, ni grandes lujos, ni sentirme superior a mis pacientes por 'decidir' sobre la vida y la muerte, ni entrar en ninguna especie de élite. Yo quería, simplemente, ayudar a la gente y aprender... porque la Medicina es interesante y además tiene una implicación más que directa en la vida de las personas. Y ahora, después de estos dos meses, no tengo claro que lo que busco sea lo que este trabajo ofrece.

Al haberse dejado caer en una de esas espirales de caos mental y duda, una siempre piensa que volverá a pasar. Principalmente porque tolero mal la rutina y es inevitable entrar en ella cuando trabajas en una planta hospitalaria con mucha carga asistencial, recortes sanitarios, personal estresado y la dosis habitual de papeleo burocrático. Pero es que no puedo con el automatismo, la inercia, la falta de sentimiento en las actividades del día a día, el no tener en mente por qué quiero hacer las cosas. Quizás me he dejado embeber por la forma de trabajar y la motivación ajena -de adjuntos y residentes que probablemente adoren su trabajo pero cuya forma de ver las cosas no es la mía-. O a lo mejor es que, al no haber trabajado nunca (salvo unas clases de inglés a domicilio que eran mucho más relajadas), no soy más que una niñata que lloriquea a las puertas de la vida adulta. O qué sé yo, igual he leído demasiado a escritores aventureros y excéntricos, hasta llegar a esperar de la vida una especie de aventura continua donde lo cotidiano debiese ser siempre intenso e interesante. No sé qué pasa, pero es que no soporto el no llegar a conocer realmente a ningún paciente; porque cada día el pase de visita dura unos 10 minutos por habitación y el resto de la mañana se pasa frente al ordenador y frente a pilas de historias clínicas. Porque no puedo con la deshumanización hospitalaria, y mi experiencia en prácticas de Medicina de Familia me dice que sus consultas son también muchas veces deshumanizadas y mecánicas. Porque quizás me encuentre con una Psiquiatría ultramedicalizada donde los enfermos no son más que enfermedades. A la mierda.

viernes, 2 de agosto de 2013

¿Dónde te dejas el cerebro?


A veces me repatea, pero creo que encajo en gran parte de ese 'prototipo de psiquiatra' que al menos en el gremio médico se conoce bien. Y más me vale, porque espero encontrar en la Psiquiatría un trabajo más estimulante de lo que me resulta el día a día en el resto de especialidades que he ido conociendo hasta ahora.

'Un psiquiatra es un médico al que no le gusta la sangre'; es el típico chiste que suelen hacer los propios adjuntos de servicios de Psiquiatría. Y esto en mi caso es parcialmente cierto, depende de cómo se entienda: nunca tuve problema en asistir a grandes cirugías y aunque nunca me gustaron las agujas ni las hemorragias, lo fuí controlando a lo largo de la carrera hasta llegar a un punto en que ya rara vez me mareaba o incomodaba por la sangre. Ahora, en urgencias, simplemente no me molesta: he tomado alguna gasometría arterial, he hecho compresiones a hemorragias, he puesto grapas a desgarros en cuero cabelludo muy sangrantes... no me parece ni siquiera desagradable. Ahora bien, no me encanta precisamente pinchar y, como me pasa con todo tipo de trabajos manuales y mecánicos, rápido me acabo aburriendo y asqueando. Tampoco suelen dárseme bien, dicho sea de paso. 
Soy una manazas, digámoslo claro.
Y de los psiquiatras se piensa eso: que son patosos, que mucho filosofar y poco pinchar, que no les interesan estas cosas y que más contentos estarían hablando sobre el sentido de la vida.

Otra cosa: me aburren las patologías estructurales, por eso nunca me gustó la Cardiología por ejemplo: ver electrocardiogramas es repetitivo y muy sistemático, entender cómo se produce una trombosis o un infarto y cómo se trata es también mecánico. Son enfermedades que no me interesan, más allá de poder ayudar a quien las padezca, claro. No podría dedicar mi vida a hacer cateterismos y ver qué arteria coronaria está obstruída, para ir a desatascar aquello; demasiado mecánico todo. Las especialidades quirúrgicas, como cabe deducir, tampoco iban a ser precisamente lo mío. O si tomamos el ejemplo de la Neurología: odio localizar los infartos cerebrales y limitarme a ese tipo de patologías estructurales a la hora de estudiar el órgano más interesante -con diferencia- del cuerpo humano. Con el cerebro pensamos, soñamos, percibimos el mundo: no podría limitarme a sus infecciones, sus alteraciones motoras o sensitivas, su degeneración, sus tumores... todo eso es importante, ¿pero qué no es importante para los pacientes en Medicina? 
Simplemente es que no estoy hecha de esa pasta.

Cuando los internistas, por ejemplo, preguntan al paciente si le han hichado o no las piernas, si tuvo fiebre, si tuvo o no diarrea, con cuántas almohadas duerme o si se fatiga más tumbado en cama... yo pienso que lo que de verdad me interesa es saber cómo vive y cómo entiende esa persona su enfermedad. En el hospital los pacientes suelen estar temerosos, duermen mal, están deprimidos, se cuestionan bastantes cosas sobre su vida diaria y sobre su vida futura. Pero todo eso parece quedar relegado a un segundo plano por ser menos transcendente para los médicos. Me siento una dispensaria de fármacos, de verdad, o un robot de diagnóstico por algoritmo. Y estoy tratando con personas, coño.

Luego está el hecho de que sí, como a muchos 'prototipo psiquiatra', me gusta mucho la Filosofía y las Humanidades en general. Siempre fueron mis asignaturas favoritas y si no me decanté por ellas en la universidad fue por ese afán de 'salvar el mundo' del que hablé en posts pasados y que marcó todavía más mis años de adolescencia. Aunque tengo mucho interés científico, la mayoría de las asignaturas en Medicina me parecieron un auténtico coñazo. Y es un proyecto de vida el acabar estudiando alguna de esas cosas; podría ser Literatura, Filosofía, Antropología... me parece lo más motivador de esta nuestra miserable existencia.


Y es que no soy capaz de parar a un paciente durante la entrevista clínica: me está contando que su mujer ha muerto recientemente y que cuando piensa en ella le viene ese dolor opresivo centrotorácico que sí, es una angina inestable típica, pero que él asocia a todo esto y yo quiero escucharlo. O me comenta que lo que le preocupa es que llegue pronto el alta, e irse a casa solo y volver a encontrar todos los rincones que compartió con ella y que ahora sólo traen recuerdos dolorosos.
Pero tengo que pararle y preguntar si le duele el pecho, si ha notado palpitaciones, si tose, cómo son las flemas en caso afirmativo, si tuvo fiebre o escalofríos, si últimamente ha meado menos.
Y no, no ridiculizo estas preguntas, como ya dije antes todos los aspectos de la Medicina son igualmente importantes y sobre todo para quien padece estas o aquellas enfermedades. Hablo a título personal, sobre mi propio interés en las personas y el tipo de motivación que encuentro en entenderlas.

Siento que no encajo en Medicina Interna. No comparto esa pasión que suelen tener los internistas por las enfermedades raras o por descifrar un diagnóstico a base de revisar y revisar historias clínicas e interrogar a fondo sobre los síntomas. Y esto me choca, ya que era una de las especialidades que incluso me llegué a plantear durante la carrera, por ser muy clínica e interrelacionar un poco de todo: que vienen a ser dos facetas que me parecen geniales y muy acordes con mi personalidad.

Por ahora, seguiré aprendiendo. Mi sitio no está aquí pero puedo sacar mucho provecho a estos meses de rotatorio y creo que lo voy haciendo. Lo malo es que no llegue a encontrar mi sitio en otro lado: tengo miedo de que la Psiquiatría me decepcione también o que no pueda con ella. No sé, yo creo que el cansancio está haciendo mella y estoy cayendo inevitablemente en la rutina. Y no soporto la rutina.



jueves, 1 de agosto de 2013

Honestidad brutal



Baladas para morir lentamente. 
Pudiera ser Portishead. Con té verde. Y, calmarse.

A los idealistas nos pasan estas cosas: nos llevamos desencantos cada vez que la realidad azota con fuerza a las expectativas. Hubo un tiempo en que me emocionaba demasiado al contarle a la gente por qué había querido ser médico -hasta el punto de empañárseme los ojos-
Tuve que aprender a controlarlo. 

Y no hablemos de esos días de adolescencia en que leía frases de Ché Guevara y me imaginaba como futura revolucionaria del humanismo en la medicina, combatiente de las injusticias de este planeta, promotora del cambio social.
 '...y sobre todo, sean siempre capaces de sentir en lo más hondo cualquier injusticia cometida contra cualquiera, en cualquier parte del mundo. Es la cualidad más linda de un revolucionario.'

Pero ahora, el trabajo diario. Darse de morros con pacientes y familiares egoístas, hiperdemandantes, maleducados. No todos lo son, pero sí que toparás todos los días con varios. Y compañeros de trabajo que buscan en esto de ser médico un supuesto prestigio, una estabilidad económica, un 'algo' que dista mucho de idílico. Y lo peor de todo: tener que aferrarse a veces a esos mismos motivos para seguir yendo cada mañana al trabajo. 'Porque al menos, a fin de mes, llegará el sueldo.'

Me invade la duda existencial. 
Cuando en tus jornadas laborales haces de todo, porque hay compañeros que te tratan como a un igual pero otros te utilizan como mula de carga/come-marrones, llegan las preguntas del tipo:
¿soy médico o soy telefonista, una recadera si acaso?, ¿soy médico o soy un muro contra el que familiares y enfermos pueden darse de cabezazos?

Al parecer, lo más importante a veces es bajar la cabeza y asumir que eres retrasado -eso que tantas veces nos hicieron creer ya en los tiempos universitarios-. Porque hay enfermeras que van a gritarte sin motivo alguno a las 8 de la mañana, hay médicos adjuntos que no te miran a la cara mientras te dan órdenes como se las darían a un recluta. Porque hay familiares que piensan que una mujer joven no puede ser médico y no merece respeto tampoco. Hay compañeros de trabajo que intentarán que hagas, si puede ser, su parte de la faena... y luego ya si acaso, te sonríen -con la sonrisa cínica- para que veas el compañerismo que destilan.

Sí, señores; ser médico también tiene su (gran) parte de coñazo. La rutina, el hospital como ambiente de trabajo inhóspito y deshumanizado, la frustración, lo quemante del trabajo en equipo, el sentirte dispensario de fármacos que a veces ayudan y otras no, los papeleos. La inutilidad burocrática de reescribir historias clínicas e informes de alta (tareas que ocupan varias de mis mañanas cada semana). Pacientes con los que te desvives, y que al final deciden montar un buen pollo en la sala de espera diciendo que no les has atendido bien.

Quisiera ser menos Sartre y más Russeau. Pero no puedo, me lo impide el día a día en esto que llaman Medicina. Me duele. Me duele y me jode, pero hay un porcentaje de malos compañeros y de pacientes desagradecidos bastante considerable. Lo sé, suena demasiado fatalista, y me imagino que todo el mundo estará escribiendo posts eufóricos sobre lo genial que es su vida en sus respectivos blogs de Medicina. Qué sé yo. Igual es la maldición del psiquiatra: hiperanalizar.