viernes, 31 de mayo de 2013

Pasillos blancos.


Una semana de reencuentros; con la reanimación cardio-pulmonar, con las sesiones clínicas, las horas de estudio, el café de media mañana con otros médicos... pero sobre todo de reencuentro con los pacientes y sus seres queridos. En salas de espera abarrotadas, ascensores y pasillos del hospital donde se enfrentan cara a cara con la enfermedad. Muchas personas, todos los días. 
Y esperan, entre el miedo y la esperanza, ese 'veredicto' que emitimos a veces sin llamarles por su nombre o sin mirarles a los ojos. Porque tenemos prisa y porque nos pagan mal, porque hemos tenido una guardia horrible o una discusión a primera hora.

Antesala de endoscopia, 7:15 de la mañana. Personas que caminan de un lado a otro cabizbajas y personas que se sientan a esperar mientras abren y cierran varias revistas, intentan entretener la mente leyendo los carteles que decoran la pared, y llaman por teléfono para decir que están tranquilas. 
'Todo va a salir bien', 'tú no te preocupes', 'ya verás como no es nada'. Conversaciones entrecruzadas que escucho cada mañana mientras recorro pasillos y ascensores ya con la bata puesta; los bolsillos llenos de libretas, tablas de posología, un fonendoscopio aún impoluto, bolígrafos que promocionan Risperdal Consta.

Sala de espera en un ambulatorio, donde me siento a las 7:45 y veo a la gente que va llegando. Saludan y toman asiento, pero se levantan varias veces, ojean volantes médicos, pasean por el pasillo, miran alrededor. Muchas de estas personas vienen nerviosas al médico, como también nosotros mismos -más aún siendo tan hipocondríacos como somos- iríamos angustiados y con muy mal cuerpo a recoger el resultado de unos análisis sospechosos o de una biopsia hecha a toda prisa para confirmar algo que tememos mucho.

Y sin embargo, la alienación es un hecho y después de dos semanas ya la he vivido por momentos. Las torres de historias clínicas amontonadas, las consultas a contrarreloj, las salas de espera abarrotadas, las constantes noticias sobre recortes en Sanidad, el servicio de urgencias donde a penas consigues cruzar el pasillo sin tropezar con decenas de personas, la burocracia administrativa, ordenadores que se congelan y montones de anotaciones para no olvidar.

Alguien debería recordarnos cómo se ven las cosas ahí, al otro lado del fonendoscopio. Habría que sentarse de vez en cuando a escuchar las conversaciones de esas antesalas hospitalarias, a mirar las caras de las personas que esperan. A recordar que detrás de un número de historia hay alguien que quizás haya dormido mal pensando en qué pasará en nuestra consulta y que ha llamado a casa para decir que está tranquila. 

Una inyección de realidad.


http://mywifesfightwithbreastcancer.com/ es un reportaje fotográfico de 'la batalla que no elegimos', donde un marido fotógrafo cuenta la historia personal de su mujer en la dura lucha contra el cáncer de mama. Con el fin de hacernos ver a todos qué se siente de verdad al otro lado. Es un testimonio desgarrador.

He tropezado también con 'Hacia el amanecer', una novela de Michael Greenberg que aún no he tenido tiempo de terminar, pero que cuenta de manera transparente y sincera la visión de un padre que se enfrenta al primer episodio psicótico de su hija con trastorno bipolar. Me gustó que estuviera en la sección de Psicología y Psiquiatría de la biblioteca de mi hospital; me parece de lectura obligatoria para todos los que trabajamos con esta esfera de la enfermedad.

Aunque Greenberg es un periodista cultivado y deja claro que ha leído mucho sobre temas psiquiátricos, un padre espera que un episodio maníaco sea una especie de 'locura de adolescencia' que se pasará mañana tras una noche de descanso. Que su hija volverá de repente a ver el mundo como lo veía antes, que las plantas de ingreso psiquiátrico son para otro tipo de personas (nunca para una hija, un padre, o uno mismo. Nunca para una persona querida). Y el estigma social contra una Psiquiatría que carga aún con el bagaje de siglos y siglos de pseudociencia. El pavor a un tratamiento antipsicótico; ese tipo de medicación que prescribimos a diario y que nos resulta lo más normal del mundo, pero que para el paciente y sus seres queridos es un secreto de sumario. Es casi un insulto. 

'El 5 de julio de 1996 mi hija se volvió loca. Tenía quince años y su desmoronamiento marcó un momento crucial en la vida de ambos. 'Me siento como si estuviera viajando sin parar, sin ningún sitio al que volver', dijo en un momento de lucidez, mientras se dirigía a algún lugar que yo no era capaz de soñar o imaginar. Yo quería agarrarla y hacerla regresar, pero no había retorno.
De repente, toda posible comunicación entre los dos se había desvanecido. Parecía imposible. Ella había aprendido a hablar conmigo; había oído sus primeros cuentos de mí. Y, sin embargo, de la noche a la mañana nos habíamos convertido en unos extraños.

Mi primer impulso fue echarme la culpa. Como era previsible, traté de averiguar los errores que había cometido, en qué le había fallado; pero eso no era suficiente para explicar lo que había pasado. Nada lo era. Durante un tiempo deposité mis esperanzas en los médicos, y entonces comprendí que, aparte de la relativamente estrecha realidad clínica de sus síntomas, los doctores apenas sabían más de su enfermedad que yo. Los mecanismos que subyacen en las psicosis, descubriría, siguen estando tan envueltos en el misterio como lo han estado siempre. Y aunque esto dejaba pocas esperanzas inmediatas de curación, indicaba secretos más hondos.

Es una especie de sacrilegio hoy en día hablar de la locura como si fuera algo menos que la enfermedad química cerebral que es a cierto nivel. Pero había momentos con mi hija en que tenía la angustiosa sensación de estar en presencia de una rara fuerza de la naturaleza, como una gran ventisca o inundación: destructiva, pero a su manera también asombrosa [...]'


La mayoría de la gente no sabe qué es realmente el trastorno bipolar, piensa que consiste en llorar y en reírse a la vez o en alternar durante el día. Es un diagnóstico misterioso cuanto menos, por eso es fundamental educar a las personas que están cercanas al paciente para que sepan reconocer las distintas fases y prevengan así recaídas graves. No puede haber adherencia terapéutica en estas enfermedades, mientras no enfoquemos nuestros esfuerzos a explicarlas y a hacerlas más tangibles, molestándonos en resumir brevemente qué hace la medicación que se prescribe. La gente cree que el fín de toda medicación en Psiquiatría es sedar y 'dejarte vegetal', con lo cual hay todavía una creencia popular que desconoce la existencia de medicaciones ni remotamente selectivas o que puedan actuar sobre la química cerebral.

He estado leyendo sobre historia de la Psiquiatría, es nuestra primera lectura recomendada y realmente llevamos menos de un siglo de historia científica. No fué hasta los años 50' que empezaron a utilizarse los psicofármacos con ventajas terapéuticas en los diferentes trastornos. La historia de la Psiquiatría es la historia de la concepción mágico-animista, de la demonología, de la tortura como liberación del alma perturbada, de la brujería, de la 'asociación libre' en el diván de Freud, de los enfermos encadenados y aislados del mundo.

Y esos enfermos, que han existido siempre y a los que la historia ha torturado tanto, siguen enfrentándose a una problemática social que muchas veces los derrumba: desempleo, aislamiento, burlas, mendicidad, abandono.
Hoy he visto a una persona bastante joven, con una hipoacusia severa en ambos oídos (el otorrinolaringólogo ya ha verificado que es corregible con audífono) que intenta superar un episodio depresivo mayor con síntomas psicóticos, estando aislada del entorno por esa barrera que se le presenta encima. No tiene recursos económicos para pagarse al menos un audífono, y no hay ayudas que puedan echarle una mano. Otro paciente había perdido su trabajo, el contacto con su familia y el piso donde vivía. Varias personas vivían en entornos totalmente desestructurados donde varios parientes son enfermos psiquiátricos o abusan de algún tóxico y donde es grave la falta de ingresos. 

Por eso el papel social de la Psiquiatría es inmenso y parte de nuestro trabajo. Se han cerrado los manicomios, yo creo que con buen criterio, pero estas personas necesitan soporte social para seguir con sus vidas. Su rehabilitación no pasa por ingresos aislados y medicación como única arma; por eso los dispositivos asistenciales tienen que llegar a sus casas, hay que proporcionarles opciones laborales y judiciales, actividades de ocio y psicoeducativas, la posibilidad de interacción social. No tratamos cerebros, tratamos mentes -cerebros que interaccionan con el entorno-, por lo tanto nuestra labor va más lejos.

'Para ocuparse de los 'locos' se ha necesitado siempre de una ciencia que pudiese penetrar donde las ciencias naturales no podían: el universo de la mente humana'

-F. Alexander en 'Historia de la Psiquiatría', 1970.




sábado, 25 de mayo de 2013

Diario de la primera semana.

-19 de mayo: Mudanza. 

Con el coche hasta arriba, parto hacia mi nueva casa. Sentimientos cruzados de euforia y culpa; por la emoción de lo que se avecina, lo primero; lo segundo por dejar a la familia.

Abrir cajas, ordenar ropa, llenar armarios, hacer listas de cosas prácticas que comprar, llenar la nevera, aprender a usar todos los electrodomésticos (mi casera me facilitó unos manuales de instrucciones de la Edad Media.)

Toda una lista de tareas para inaugurar una semana en la que me sentiré así; en una lista continua, navegando entre listas.

Muchos nervios. Duermo poco y duermo mal. ¿Qué pasara mañana?


-20 de mayo: Primera toma de contacto

Llevo los papeles para firmar el contrato, subo y bajo de un hospital a otro (trabajo en un 'complejo hospitalario' y Psiquiatría tiene hospital proprio). Conozco a mi tutor, que me da buenas vibraciones por parecer un tipo amigable y cercano, y no el típico 'señor doctor'. Me da la bienvenida, pero mi co-R no se pasa por allí y como no quiere repetirse dos veces, me cita para el día siguiente.

Conozco a algún otro adjunto, los residentes me enseñan el hospital y me gusta mucho lo apacible que es y que parece bien organizado (además es un edificio nuevo, y en un paraje incomparable.) Por fin los enfermos mentales no se aislan en barracones hospitalarios, sino que se integran en un lugar tranquilo con un jardín bastante bonito donde dar paseos y muchas actividades en el hospital de día.

La enfermería me pareció muy motivada y creo que saben mucho de Psiquiatría (la lección sobre los efectos extrapiramidales y Akineton que escuché de manos de una enfermera me pareció muy técnica y muy precisa.)



Un residente me enseña la planta de agudos; un sitio protegido, obviamente, por cristales blindados en todas las ventanas y por cámaras de seguridad. No obstante, no hay un bunker-enfermería, como suele haber en muchas plantas psiquiátricas.
Más tarde, mi tutor decía que cuantas más barreras le pones al enfermo, menos va a mejorar, y que ya está bien de esconder a los pacientes tras la alambrada.

Hago muchas preguntas a los residentes; sobre rotatorios, guardias, relación con los adjuntos, estructura del servicio, cuestiones de especialidad, et cetera. Y me da todo buenas vibraciones. Veo que se apuntan para congresos y que muchos imprimen artículos sobre nuevos fármacos, que hablan de publicaciones y de organizar rotatorios de R4 a Londres y a Nueva York.

Todo está informatizado y los ordenadores no parecen de hace un siglo, a los pacientes se les llama por su nombre y se les conoce muy bien, tanto entre psiquiatras como entre auxiliares, trabajadores sociales, enfermeros, psicólogos, et cetera (cómo, dónde, con quién viven, cuál es su situación laboral...) Y esa es una de las cosas que más me gustan de la Psiquiatría, que es muy social y muy humanitaria.

Veo la sala donde se administran los inyectables, sobre todo a pacientes con esquizofrenia y vuelvo a experimentar curiosidad por qué les está pasando, compasión al ver que algunos lo siguen pasando mal a pesar de un tratamiento duro. Lidiar con una enfermedad mental, creo yo, es uno de los peores sufrimientos.

Veo que se organizan talleres (de nutrición, de costura...) en el hospital de día. 

El residente me lleva a tomar un café con dos enfermeras, siento que hay buen rollo entre ellos aunque no sé cómo integrarme en su conversación y sólo bebo el zumo, asintiendo de vez en cuando...

Conozco la ciudad un poco más y creo que no podría haber tenido mucha más suerte en este aspecto: un paisaje privilegiado, mi calle está cerca del hospital pero a la vez está cerca de casi todo, me hago un trozo de paseo marítimo, voy al centro...

Pido el pijama y la bata a medida.

-21 de mayo: Firma de contrato

'Firma aquí y aquí y aquí', y me lo quitan de las manos. Así que ni lo leo. Pero ya está, he firmado el contrato y la verdad es que no he tenido ni tiempo de sentir gran cosa. 
Mi tutor nos lo explica todo y nos lleva de paseo por el hospital, presentándonos a los jefes de servicio de urgencia, medicina interna, neurología, etc.

A mi piso lo bautizo como 'faro de luz' y me quedo un buen rato mirando el colorido de las ventanas por la noche; verde, amarillo, naranja... 


-22 de mayo: Acto de bienvenida

Lo mejor fueron los pinchos y los libros que nos regalaron (un compendio de casos clínicos, el Medimecum y una guía de urgencias hospitalarias de lo más práctica, la guía docente de nuestra especialidad, un manual con toda la información sobre el hospital...)


-23 de mayo: Planta de agudos de Psiquiatría

Sesión clinica a primera hora.
Un R4 me enseña el servicio a fondo y me empieza a explicar todo el sistema informático, pasamos consulta juntos y nos encontramos un caso de TOC, un trastorno límite de la personalidad con abuso de drogas, un síndrome confusional en un anciano con trastorno bipolar de base y un chico con esquizofrenia paranoide.
Seguidamente, paso consulta con un adjunto y entrevistamos a un paciente con una esquizofrenia paranoide de décadas de evolución; el hombre está muy deteriorado mentalmente y ha descuidado mucho la higiene personal. Desmenuzamos juntos la entrevista clínica y me explica muchas cosas que ya ni recordaba. 
Llego a casa bastante eufórica y me doy un largo, larguísimo, paseo por la playa.


-24 de mayo: Unidad de Interconsulta y Enlace

Otro adjunto encantador me explica muchas cosas interesantes y visitamos a varios pacientes en el hospital general. El primero es un hombre que está en el módulo de reclusión por haber atacado a algunas personas (por suerte, nada grave) en una fase psicótica de su esquizofrenia paranoide, tras una baja adherencia terapéutica. La segunda es una mujer con delirium tras un transplante de páncreas... llegamos en un momento cuando está bien orientada pero nos avisan porque había estado gritando y muy agitada en una de las fluctuaciones del síndrome confusional. Más tarde hacemos una primera consulta a una mujer con historia personal de episodios depresivos, ingresada ahora tras un incendio en el hogar (descartamos ideación autolítica y le hacemos una exploración psicopatológica).
Vamos a la UCI cardíaca a visitar a un paciente tras una cirugía de reparación valvular; había tenido un síndrome confusional tras la gran pérdida sanguínea que surgió de imprevisto durante la cirugía (una anomalía inesperada en la adhesión plaquetaria) pero ya se encontraba bastante mejor, por suerte.


Así ha sido el inicio de la zambullida en los mares de la Psiquiatría y del inicio de mi residencia. La próxima semana estaré en una Unidad de Salud Mental y haciendo un curso intensivo de RCP que supongo que no me vendrá nada mal para mis (vertiginosamente cercanas) guardias de puerta.








viernes, 24 de mayo de 2013

A la orilla



Esta semana ha sido larga; una vorágine, vaya. Y es que parece que han pasado semanas desde que mis padres se fueron y me quedé sola en la que ya siento que es mi nueva casa. Los días se han ido sucediendo a modo de listas; listas de cosas que hacer, de requisitos burocráticos que solucionar, de colas, de servicios y plantas en el hospital, de gente nueva, de bibliografías, de pequeñas cosas que comprar para la casa, de nuevas rutas...

Tambaleándome entre el vértigo y la euforia he llegado hasta el viernes, y lo que sí es cierto es que me he sentido médica y al otro lado de la orilla. De alguna manera he cruzado una barrera mental que hace que haya hecho borrón y cuenta nueva; ya no me sorprendo cuando me llaman 'doctora', he dejado de pensar en el MIR y en la facultad. Siento que esta es mi vida y es lo que durante mucho tiempo he querido que sea. Veo oportunidades de aprender, de aprender de verdad, en cada cosa.

Me he levantado a las seis de la mañana, he dormido poco y mal, me he cabreado con la burocracia, he sentido que no sé nada, no he sabido cómo enfrentarme a los pacientes que se me acercaban en la planta, he pasado muchos nervios, he estado sobresaturada y perdida en los laberintos de mi hospital.

Y todo ha merecido la pena; lo que he sentido al volver a vivir una entrevista psiquiátrica ha sido mejor de lo que esperaba, he disfrutado el día de docencia y he recordado lo apasionante de esta especialidad donde cada descubrimiento nos acerca un poco más a entender ese enigma que es el cerebro . Me he emocionado desde el primer día, cuando mi tutor nos contaba que terminó siendo psiquiatra tras contemplar a los enfermos encerrados detrás de las alambradas.


La Psiquiatría, parte de la Medicina que muchos consideran menos importante o que quizás olvidan, es una de las especialidades más humanistas. Acercarse al paciente, comprender cómo vive, cómo piensa y cómo ve las cosas es fundamental; y eso me llena más que nada. 

Me gusta también que en mi servicio todo el mundo, antes que psiquiatra, se considere médico. Y que se fomente la formación en Medicina Interna o en Urgenciología. Además de un enfoque muy paralelo a la Neurología, servicio que trabaja de forma bastante cercana a los psiquiatras y que la jefa de servicio dijo considerar como una unidad; 'porque tratamos el mismo órgano, al fin y al cabo, y no podemos separar una cosa de la otra.'

Por contra, he descubierto que esta es una especialidad más 'endogámica' de lo que pensaba; mucha gente viene de familias donde varios miembros son psiquiatras. Y eso para los médicos 'sangre sucia', como una servidora, complica un poco las cosas. Supongo que se debe a lo desconocida que sigue siendo la especialidad; quizás quien lo ha vivido desde la infancia aprende a apreciarla y se decide por ella.

En todos los servicios hay pros y contras; al principio todo el mundo parece encantador, la organización parece mejor de lo que muchas veces es en realidad, el ambiente es menos tenso de lo que luego sale a flote. Por conversaciones en cafeterías y alguna que otra sutileza, he visto que no todo es perfecto y por eso no quiero escribir un post idealizado sino uno realista. Todo el mundo ha sido amable conmigo, ha intentado enseñarme todo lo que ha podido, me ha dejado preguntar hasta la saciedad, me ha deseado lo mejor. Sin embargo, no existe grupo humano donde todos congenien con todos y a partir de ahora habrá que aprender también a trabajar en equipo y a tantear el terreno para que el ambiente de trabajo sea siempre el mejor posible. Al menos, por intentarlo que no quede.

Esta semana he estado en mi servicio, rotando en la Planta de Agudos y en la Unidad de Interconsulta y Enlance. La semana que viene hay un curso de RCP al que dedicaremos casi todo el día de lunes a jueves, y el viernes rotaré en una Unidad de Salud Mental.
El día 3 de junio comienzan mis rotatorios oficiales para los próximos meses;

- 4 meses en Medicina Interna.
- 1 mes en Neurofisiología y Neuro-radiología.
- 2 meses en Neurología.
+
- 8 meses de guardias 'de puerta', de los que los dos primeros serán tutelados por un residente mayor.


Y como cada tarde, toca quitarse los zapatos y mojar los piés en el agua. 
Porque hemos llegado a la orilla y ya sólo queda la zambullida. 

sábado, 18 de mayo de 2013

Mariposas en el cerebro.




Maletas, bolsas de viaje, cajas de cartón, un maletín, bolsas de plástico, una mochila, un neceser viejo. Todas mis cosas que, apiladas, esperan a ser abiertas en un nuevo rincón que durante los próximos cuatro años será mi hogar. Quise que la Psiquiatría me brindase la oportunidad de empezar de nuevo en una ciudad distinta; dejo atrás las calles que rodean a mi universidad, las escaleras al hospital donde por primera vez vestí la bata blanca, las caras conocidas, la que hasta ahora había sido mi vida. 

El sabor de boca agridulce de lo conocido y toda la ilusión de las aventuras.

La emoción a flor de piel, porque he conseguido mi sueño; voy a formarme en un campo que lleva años pareciéndome apasionante, voy a estar con las familias y con los pacientes, voy a empezar a ser lo que realmente quiero ser. El sacrificio ha sido inmenso; tantas noches de insomnio por exámenes muchas veces injustos, tantos momentos de ansiedad y de 'lo dejo', cajas y cajas de apuntes subrayados de multicolor y libros de texto. 

Y en mente tengo a muchas personas que fueron, aunque fuese por un rato, pacientes míos. Personas que me dejaron que las explorase después de que múltiples médicos las hubiesen explorado, me ayudaban a completar su propia historia clínica ('pregúnteme si tengo contacto con animales, doctora, que los médicos más mayores me lo preguntan todas las mañanas'), que me daban pistas mientras los auscultaba ('me dijeron que tengo un soplo', 'yo es que tengo el EPOC ese, hija', 'de joven tuve una tuberculosis y se me escuchan todavía las heridas si pone el aparatito algo más arriba'.)

La verdad es que no soy muy filántropa, ni tampoco suelo ser demasiado optimista, pero sinceramente los pacientes nunca me han dejado mal sabor de boca. Terminé la carrera con la idea de que las personas enfermas son agradecidísimas; suelen darte las gracias todo el tiempo, no quieren molestar, cuando eres estudiante te desean lo mejor en los estudios e intentan que ganes puntos con tu adjunto supervisor con comentarios del tipo; '¡qué médica tan buena, póngale la mejor nota!'


Recuerdo múltiples anécdotas. Una mañana, en Oftalmología, hubo una chica que estuvo un buen rato extra en la consulta para que yo aprendiese a diagnosticar una retinopatía diabética. El oftalmólogo que me supervisaba en prácticas era encantador y me lo explicaba todo (¡eso pasa muy poco!), así que me describía lo que había visto y luego me pasaba el oftalmoscopio para que yo intentase llegar al mismo diagnóstico. Con esta chica no hubo manera de ver los microaneurismas y los exudados algodonosos, y eso que no estamos hablando precisamente de minucias que requieran de un ojo clínico fuera de serie. ¡Es que yo no sabía ni enfocar bien el aparato!

Cuando el oftalmólogo me preguntó qué había visto, no pude mentir y dije: 'pues... no mucho', a lo que la chica respondió que me tomase mi tiempo y que lo más importante era que aprendiese bien aquello porque muchos médicos decían saber las cosas sin fijarse y luego los pacientes tenían que pagar caro sus despistes o su falta de interés.

Me acordé mucho de ella cuando nos pusieron una imagen de retinopatía diabética en la parte práctica del examen de oftalmología.



La planta de Geriatría era especialmente agradecida; los ancianitos eran más que agradables con todos los estudiantes si te molestabas en escucharles un rato y en explicarles un poco sobre sus problemas. Yo llegaba al hospital temprano porque estaba un poco lejos de casa y al ir andando siempre calculaba mal el tiempo, pasándome de exagerada con las prisas. Me asomaba a saludar a los pacientes que había historiado el día antes y te trataban como si fueses una eminencia. 

'¡Tengo la doctora más guapa y más lista, y tan jovencita!', les decían las señoras a sus familias.

Pero yo en realidad, a duras penas conseguía esbozar una historia clínica más o menos completa, o diferenciar un soplo aórtico de un soplo mitral. Y es que realmente, lo que hace que un paciente confíe y se sienta bien contigo como médico, es que le mires a los ojos cuando le hablas y que sepas su nombre, no solamente su número de habitación o el nombre de su patología.

Los pacientes son María, Antonio o Juan. No son 'el de la 357A' ni 'varón, 60 años, cardiopatía isquémica' (que así se les llama muchas veces en las plantas hospitalarias.)



En el servicio de Ginecología y Obstetricia (prácticas que realicé en un hospital belga, de habla flamenca) me dejaron pasar consulta sola en revisiones de embarazadas, de forma bastante activa. 
Muchas mujeres hacían el esfuerzo de hablar en inglés para que pudiese seguir con todo detalle la consulta, dejaban que nuevamente (mi adjunto les había pasado consulta antes) les tomase el perímetro abdominal, la tensión arterial, realizase puñopercusiones renales, me iniciase en la ecografía fetal...

Como ví que bastantes parejas preguntaban por cuestiones como el funcionamiento de la ecografía (por miedo a los riesgos fetales) y de las pruebas de cribado del primer trimestre, estudié esos temas para las prácticas y disfrutaba escuchando sus preocupaciones sobre ellas y transmitiéndoles un poco de tranquilidad. Se están perdiendo, en general, estos gestos en las consultas... pero a pesar de la carga asistencial, del estrés y de los recortes, se siguen viendo médicos muy entregados en este aspecto y de ellos he aprendido.



En Medicina Familiar y Comunitaria aprendí, nuevamente, la importancia de transmitir y de escuchar. Muchos diagnósticos se retrasan largo tiempo por no haber indagado un poco más en aquel síntoma que el paciente mencionó de refilón cuando vino a consulta por otra causa. 

Los pacientes se dejaban explorar una y mil veces, respondían a las mismas preguntas que mi médico les había hecho antes cuando volvía a pasar consulta yo sola, me mostraban otra vez un liquen plano o un rash cutáneo o una cicatriz de colectomía. 

Como ya por entonces estaba muy interesada en la Psiquiatría, mi médico les pedía a todos los pacientes con historias de ataques de ansiedad, episodios depresivos, fobias de cualquier tipo, insomnio o cualquier otro problema relacionado con el ámbito psiquiátrico, que me describiesen los síntomas que tenían o habían tenido y cómo había sido la evolución con el tratamiento. 
Me dí cuenta de la importancia de la Salud Mental en Atención Primaria, no son meras estadísticas teóricas, hay un porcentaje muy importante de casos con patología psiquiátrica y el médico de familia tiene que aprender mucho sobre estos temas ya que el manejo de los episodios leves corre por su cuenta y tiene que aprender también a derivar a los casos graves (a base de entrenarse en la entrevista psiquiátrica.)



Los paciente oncológicos en el servicio de Otorrinolaringología me conmovían a diario por su lucha personal, por su manera de afrontar las cosas, porque eran capaces de regalarme lo mejor de sí en las consultas para que yo aprendiera, por su agradecimiento a todos los médicos y por su confianza.

Era increíble poder decirle a alguien que se había curado, que poco importan las estadísticas sobre su tumor y todos los riesgos que ha asumido, que todo está bien y que los resultados son perfectos. Eran momentos de mucha emoción y los pacientes no sabían cómo agradecer todo aquello.
Fueron muy amables conmigo, en los momentos buenos y en los malos, y yo solamente estaba allí aprendiendo lo básico sobre la exploración otorrinolaringológica.



En Cirugía General y del Aparato Digestivo, prácticas donde mi único consuelo eran las consultas externas (la organización del servicio era bastante caótica y en quirófano no veía casi nada). 

No es precisamente agradable que una estudiante aprenda contigo a hacer un tacto rectal, menos aún cuando vienes nervioso a recibir los resultados de las pruebas de seguimiento tras una colectomía por un cáncer de colon. Pues aún así, todo el mundo me dejó aprender y fué muy amable conmigo.

No estaba yo precisamente boyante en cuanto a exploración abdominal se refiere, tampoco. Mi adjunto me regañaba porque 'no tenía arte', pero los pacientes le contestaban que nadie nace aprendido y que además no les había hecho nada de daño. Se lo agradecí mucho.



Y por supuesto, en Psiquiatría; por muy estigmatizados que estén los enfermos mentales, a más de uno le sorprendería ver que suelen comportarse bastante mejor que las personas supuestamente 'cuerdas'.

Recuerdo un día en el que cruzaba el pasillo para buscar unos historiales médicos en el cuarto del fondo, era uno de mis primeros días en la planta de Psiquiatría, y tenía miedo porque iba yo sola y los pacientes pululaban de un lado a otro o se sentaban a las puertas de aquel cuarto.
Según me acercaba, veía que no me quitaban ojo y que empezaban a levantarse y a caminar en dirección a mí. Pensé; 'ay dios, la que me espera...' y cuál fué mi sorpresa cuando esas supuestas bestias despiadadas empezaron a darme los buenos días y a preguntarme por el esguince de pié que había tenido mi adjunta la semana pasada.



Con todo esto no pretendo idealizar a los pacientes; son personas, como tú y como yo (que también somos o seremos en alguna ocasión pacientes). Hay buenas y malas personas, gente amable y gente desagradecida, pero no puedo negar que mi experiencia durante la carrera fué mayoritariamente positiva. Los días que llegaba a casa quemada, enfadada o llena de rabia tenían su causa en ciertos adjuntos prepotentes y en incompetencias sobre todo burocráticas que me parecían sangrantes en el día a día de un hospital.

También, de vez en cuando, por algún compañero de clase que se preocupaba solamente por conseguir las mejores notas y no tenía interés por los pacientes o por aprender cualquier cosa 'que no cae en el examen'. No condeno esta forma de hacer las cosas, cada uno es libre de elegir lo que quiera, pero reconozco que insulta de manera directa a mis ideales para hacer Medicina. Los pacientes no son preguntas de respuesta múltiple acertadas, matrículas de honor o listas de síntomas. Admiro a quien se centra en la excelencia académica, pero no nos olvidemos de nuestra labor real; cuidar de personas.

Es cierto que los pacientes te demandan en algunas ocasiones, que las familias protestan y se muestran desagradecidas, que son a veces incomprensivos con la demanda asistencial de los médicos... pero, pese a todo, sigo pensando que la gran mayoría de la gente está contenta con un médico cercano, humano y que hace las cosas bien.

Y eso es en lo que aspiro a convertirme.

viernes, 17 de mayo de 2013

4 días.


Lo que durante ya mucho tiempo fué una expresión sin más; 'ánimo, que te quedan cuatro días para ser médico' es ahora pura realidad: el lunes empieza esta nueva etapa. Y es que aunque el resguardo del título de licenciada lleve en un cajón desde hace algo más de un año, no me he sentido médico hasta hace muy poco. 

Para mí ser médico es estar con los pacientes, directa o indirectamente (en los laboratorios, por ejemplo, se ayuda mucho a los enfermos) y hasta ahora mi supuesta condición de médico sólo me permitía ejercer como parte del mobiliario durante las largas horas de estudio. 
Hace más de un año que no entro en un hospital para -aunque muchas veces fuese sólo una observadora- acercarme a las cabeceras de las camas y revisar historias clínicas.
Para sumergirme, en definitiva, en lo que va a ser el día a día de mi vida laboral. Algo que llevo esperando desde antes de empezar la carrera; desde que supe que quería dedicarme a ayudar a personas enfermas.

Y me siento afortunada de poder decir que, independientemente de cómo sean las cosas durante la residencia, voy a dedicarme a lo que me gusta. En estos tiempos de precariedad laboral, la gran mayoría de la gente se ve obligada a ejercer una profesión que realmente no le interesa. No quisiera parecer soberbia, es una cuestión individual, pero para mí esta es la profesión más bonita; tenemos el privilegio de acercarnos al dolor de las personas y de intentar al menos ayudarlas con nuestros conocimientos. Y también, sencillamente, siendo humanos.


La medicina es una profesión, pero es también -para el que disfruta ejerciéndola-, una forma de vida. Estudiar cómo funciona el organismo y cómo enfermamos, cambia totalmente tu manera de contemplar las cosas; la existencia es frágil, es efímera... ¿de verdad no sientes que ayudar a los demás es lo que más gratifica? Bajo condiciones injustas e inexplicables todavía, billones de personas nacen y mueren, y tienen que enfrentarse a la vejez, a la enfermedad, a la pérdida de un ser querido, al dolor y a la miseria.
El médico puede acompañarlas y puede, aunque sea, repartir una pizca de justicia; en mis consultas todas las personas tendrán los mismos derechos y obligaciones, el mismo acceso a conocimientos médicos, el mismo trato humanitario. No importa cuál sea tu trabajo, tu nivel de ingresos, el color de tus manos. Por eso pienso que es tan importante seguir luchando por un sistema sanitario público; no caigamos en la crueldad de hacer de la medicina un arma más de injusticia social y de negocio.

La sanidad no es un bien de consumo, es un derecho. Todo el mundo debería tener acceso, y con esto me refiero también a los países subdesarrollados o en vías de desarrollo. Y pienso que nosotros los médicos tenemos si cabe una obligación mayor en este aspecto; tanto en lo que a concienciación social respecta, como en cuanto a ayuda activa. Nuevamente, esto es más un privilegio que una obligación forzada.

Muchas personas, a lo largo de la historia, se han implicado en estas cuestiones y han ido cambiando la mentalidad de la sociedad sobre las labores humanitarias y la necesidad de un acceso universal a la sanidad. Pienso por ejemplo en Albert Schweitzer, filósofo alemán del s.XX que abandonó su posición acomodada para estudiar medicina y trabajar como médico en Gabón (África), donde fundó un hospital para enfermos de lepra. Nos dejó, también, frases como estas;


-'No sé cuál será su destino, pero hay algo que sí sé: los únicos entre ustedes que serán realmente felices son los que han buscado y encontrado el modo de servir.'


-'Humanitario consiste en nunca sacrificar a un ser humano con nuestro propio egoísmo.'

-'Dar ejemplo no es la principal manera de influir sobre los demás; es la única manera.'

-'Siempre he celebrado con firmeza la idea de que cada uno de nosotros puede hacer algo para disminuir la miseria.'

-'El éxito no es la clave para la felicidad. La felicidad es la clave del éxito. Si le gusta lo que está haciendo, usted será un éxito.'



Acabo de recibir mi primera revista del colegio de médicos.
Allá vamos.

jueves, 16 de mayo de 2013

Arte & ciencia.



Hacía años que no seguía las colecciones de la Wellcome Trust, de Londres, pero recuerdo que cuando visité las exposiciones me pareció increíble. No sé si la impresión que nos causan las imágenes celulares o las tomografías a los médicos será la misma que causan en el resto (por eso de que 'el ojo se acostumbra' y llevamos muchos años asomándonos al radiodiagnóstico y al microscopio), pero estoy segura de que llaman la atención a todo el mundo.

Esta institución cuenta con unas 40.000 fotografías relacionadas con el campo de la Biomedicina y de la Medicina clínica, además de exposiciones permanentes sobre historia de la Medicina y una biblioteca con 750.000 volúmenes entre los que encontrarás libros persas escritos en hojas de palma o tablillas en idioma sánscrito.

Cada año, o cada dos años, científicos y médicos envían fotografías tomadas durante proyectos de investigación o durante la práctica clínica, y participan en una competición donde las ganadoras se incorporarán a la galería. Estas imágenes nos muestran lo más impresionante, lo más bello, incluso del horror de la enfermedad.  


miércoles, 15 de mayo de 2013

La cuenta atrás para ser psiquiatra.


Así me siento; me lanzo al vacío.

Y no sé si me esperará una piscina de aguas mansas o una marea de tormenta.

Nadie suele estar preparado para afrontar un cambio, pero cuando ya ha pasado todo, nos decimos a nosotros mismos que no ha sido para tanto. Que tantos miedos e incertidumbres no nos sirvieron de nada, y que además, exagerábamos.

De todas formas, cada etapa hay que vivirla y sí, ahora me toca un poco de miedo, un poco de ansiedad, la ilusión que se mezcla con la duda, y la incertidumbre de saber si he acertado en una elección tan arriesgada como es elegir el sitio donde hacer tu residencia.

He llegado a pensar varias veces que más cómodo hubiese sido estudiar el MIR otro año; que no me vendría nada mal ni en cuanto a conocimientos ni en cuanto a preparación psicológica para el mundo real en el que ahora entro. Como muchos compañeros, me imagino, he vivido en una burbuja; estudiar, aprobar exámenes e ir saltando los obstáculos teóricos que te marcaban en la facultad y luego en la academia. No sé nada del mundo que me espera a partir de ahora, lo he visto de refilón en las prácticas y no me siento preparada. Pero tengo ilusión, tengo ganas, y los malos tiempos en la carrera me han hecho persistir ante casi cualquier cosa.

Han sido seis años de carrera y un año de preparación para las oposiciones MIR; un largo camino que siguió pautas comunes en cuanto a responsabilidades y rutinas diarias. Ahora las cosas cambian y dejaré los apuntes subrayados de multicolor, los post-it y las reglas mnemotécnicas para vivir la cara real de la medicina. Los enfermos, las familias, los compañeros de trabajo, el gestor, el jefe de servicio, los papeleos burocráticos... y todo ello en un ambiente de crisis económica y ataque al Sistema Sanitario.

No parece un buen momento, pero es mi momento de todos modos.
Es descorazonador ver como tantos compañeros no encuentran trabajo o consiguen solamente contratos precarios después de tanto esfuerzo, y se sientan a tu lado en las clases preparatorias del MIR para asegurarse aunque sea un sueldo digno para otros cuatro o cinco años.
Algunos han creado una familia y están pagando una hipoteca, con lo cual no pueden permitirse mucha movilidad a la hora de trabajar en lo que les gusta, y se ven obligados a intentarlo en otra especialidad distinta. Es un pena, una verdadera pena, pienso que todos somos mejores en lo que más nos motiva y eso se traduce en un beneficio tanto para el paciente como para el sistema sanitario.

Esta quasi-década de estudio la pasé caminando por un túnel tan inmenso como es el conocimiento del cuerpo humano. No sabía dónde ni cómo acabaría una vez consiguiese mi título de licenciada; y al final me he decantado por la Psiquiatría.

Abro ahora las puertas a un campo diferente, con múltiples posibilidades de investigación y de aprendizaje, la gran mayoría desconocidas para mí. Va a ser interesante ver adónde me lleva esta ruta.

Todos hemos visto durante nuestras prácticas hospitalarias que la vida de los residentes, de cualquier especialidad, es dura. Es el salto al mundo real, para el que realmente no te ha preparado la universidad, y el cara a cara con un campo que psicológicamente es un reto; los pacientes pueden empeorar pese a tus mejores empeños, tus errores se pagan caro, a veces el paciente fallece pese a un tratamiento exhaustivo, las enfermedades son una injusticia, nos puede afectar la hipocondría y la aprensividad. Y aunque en la facultad parecía que podríamos curarlo todo, ya que para cada enfermedad memorizábamos un tratamiento (como si de acción-reacción se tratase, sin contratiempos), cada paciente es un mundo. Hemos cronificado muchas dolencias pero curamos pocas, muy pocas. Los cirujanos pueden decir eso de 'muerto el perro se acabó la rabia' en algunas ocasiones, y también aquel que se dedique a las enfermedades infecciosas. Pero el resto nos dedicaremos a acompañar a pacientes en su dolor, a paliar síntomas, a controlar la enfermedad, y en definitiva a cuidar de personas. Nuestra tarea se torna entonces más humanitaria que puramente médica.

Y yo recuerdo que eso ya me emocionó en una de mis primeras clases de medicina, cuando un profesor nos dijo que nuestro esfuerzo tendría recompensa en forma de ayuda a muchos enfermos. Sigue pareciéndome un gran privilegio pero... ¿estoy preparada, de verdad, para ser médico?

¿Podré con las guardias, con las críticas de mis adjuntos, con los fracasos con algunos enfermos?, ¿es que voy a 'dar la talla' en cuanto a conocimientos y habilidad?, ¿encajaré en mi servicio?, ¿sabré comunicar con las familias y con los pacientes?, ¿voy a poder realmente ayudar a alguien cuando tengo la sensación de que no sé gran cosa?, ¿he elegido lo que realmente va a hacerme feliz, o me defraudará?

Es inútil inundarse la mente con estas preguntas pero es difícil poder evitarlo; dentro de pocos días terminará esta espera interminable del post-MIR y me asomaré a contemplar mi nueva vida.

Siento que estamos desinformados y perdidos en un mundo del que, los que no somos 'del gremio' (o 'médicos sangre sucia' como algunas veces he leído), sabemos poco.
Nunca he estado satisfecha con la universidad de medicina; sus métodos de enseñanza son arcaicos, nos damos cuenta ahora de forma muy clara de que la memorización y los exámenes tipo test no sirven de gran cosa. En otros países los estudiantes de Medicina se pasan uno o dos años rotando íntegramente por servicios hospitalarios; descubriendo cómo es ese mundo y cuál es el campo donde van a sentirse realmente cómodos.

Por poner algunos ejemplos; 6º y 7º de Medicina en Bélgica (no hay oposiciones, sino que la carrera se alarga para adquirir conocimientos prácticos) consisten en trabajo hospitalario. Durante todo el día, los estudiantes acompañan a médicos y residentes en los servicios más importantes y toman parte en las actividades diarias de cada rotatorio (en 6º rotan por todos sitios y en 7º solamente en aquello que decidan como especialidad futura). En España somos meros observadores; las prácticas consisten más en perseguir adjuntos que en adquirir conocimientos.
Los estudiantes franceses comentaban la inmensa cantidad de teoría que deglutimos en las facultades españolas, ya que ellos se centran más en la parte práctica y adquieren responsabilidades de residente durante su formación universitaria (lo mismo ocurre en Holanda o Alemania.)
En Finlandia, a partir de 3º de Medicina, puedes trabajar en un centro de salud como médico general (supervisado) durante tus vacaciones de verano, siendo esto un trabajo remunerado incluso. No sabía qué decir cuando un médico finés me comentaba que había aprendido a hacer punciones lumbares durante unas prácticas hospitalarias de su carrera.

El próximo lunes me asomaré definitivamente a ver qué me depara mi nuevo mundo, aunque las primeras impresiones no son las que realmente cuentan; cuatro años me esperan en esta aventura que empieza.

Simplemente busco posibilidades de aprender, cuanto más mejor, tal vez investigar o adentrarse en algún proyecto interesante sobre Psiquiatría.
Un cierto compañerismo y buen ambiente de trabajo, donde al menos el día a día en los momentos malos se haga llevadero.

Pronto sabré lo que me encuentro.

Upstream color (el veneno de Thoreau.)


Shane Carruth, eres un genio.


Fué un lunes, nada más despertarme. La ví de un tirón, me pareció que había durado instantes. No he visto 'Primer', esa supuesta ópera prima para cerebritos cuyo argumento ha dado lugar enormes diagramas explicativos, para descifrar la historia de unos ingenieros que descubren por casualidad el viaje en el tiempo.

Este hombre no nos regalaba cine desde hace nueve años. Pero yo pocas veces he visto una película tan hipnótica. Y una crítica en The New Yorker, muy acertada, la comparaba con el veneno -azul en este caso- del pensamiento de Thoreau. Tengo que leer 'Walden (o la vida en los bosques)'.

Una divagación sobre la verdadera naturaleza de la vida; ¿el mundo es bello o es una maldición?, ¿de dónde surge su belleza sino de la putrefacción de todo lo muerto? Ese veneno, que nos carcome. Dentro, quizás, de nuestro cerebro.

Y la historia de dos personas enlazadas por ese misterio que es la biología humana, atrapadas en un ciclo invencible de eternidad. El ciclo de la vida.

Los gusanos y las larvas.

Dos amantes que se entretejen con sus brazos, abrazando así su destino, que en un sentido más holístico que ofensivo, se equipara al de dos cerdos. 

Muchos dirán 'una panoia...' y otros dirán 'qué genialidad' pero pienso que todo el mundo apreciará la gran dosis de filosofía y ciencia que encierra esta película. 

Un parásito que trastorna la percepción de la realidad, como podría ser el Toxoplasma (la infección en embarazadas es factor de riesgo de esquizofrenia fetal, entre otras enfermedades) se apodera de los  ¿protagonistas? de esta trama. En una entrevista con Carruth, parecía reafirmar que efectivamente se había inspirado en el mundo de los parásitos, preguntándole al reportero:

-'¿Has oído hablar alguna vez de esos parásitos que infectan el cerebro de las avispas y las hacen volar en círculos?'

Y es que la propia larva con su neurotoxina, es la verdadera protagonista; capaz de lavarnos el cerebro, esta larva común de cucaracha tiñe de azul las flores que crecen en su tierra. 
'El ladrón', un personaje aficionado a la botánica, identifica las larvas por ese detalle y las separa para utilizarlas a su conveniencia. Para ello cuenta con adolescentes que recogen las flores azuladas en el bosque y reciben como premio una Diet Coke mezclada con residuos de las larvas, capaz de hacer cambiar su sensibilidad propioceptiva. Kris, la chica de nuestra pareja de enamorados, va a ser atacada a la salida de un bar por 'El ladrón', que deslizará una larva por su garganta y la secuestrará en un intento manipulativo de conseguir el valor de su casa en dinero -en monedas, para ser precisos-, además de encargarle todo tipo de tareas sin piés ni cabeza, y entre ellas la transcripción y memorización de 'Walden', de Thoreau.
Las hojas emborronadas de apuntes se pliegan sobre sí mismas hasta que la papiroflexia da lugar a un eslabón de una guirnalda, cuyos bordes se pegan cuidadosamente. La cadena de la vida.
¿Las guirnaldas apiladas en cubos de basura son señales de alegría o de pena? La fiesta ha acabado, pero al fin y al cabo, ha habido fiesta. Mejor existir que flotar en la nada.


'El ladrón' le dice a Kris que no puede mirarle directamente porque su mente brilla como el sol. Este es un llamamiento a despertarse; también Thoreau llama al sol 'la estrella de la mañana' con ese propósito. Despertémos a contemplar el ciclo.

La larva sigue invadiendo el cerebro de Kris, no importa lo mucho que intentará sacársela a cuchilladas, hasta que otro personaje entra en juego: 'The Sampler', una especie de catador de sonidos que busca incesantemente imitar los ecos de la naturaleza sentado con su organillo en algún recodo rural. Porque sabe que a las larvas se las atrae con estos sonidos, y es así como Kris va a su encuentro, pues es el parásito en su cerebro quien decide el rumbo. 
Es entonces que nuestro catador de sonidos realiza una transfusión sanguínea bidireccional entre Kris y un cerdo, pasando ahora la larva al cerebro porcino. La escena siguiente es un hospital donde todos los pacientes están moribundos o sedados, y quizás sea esta una escena visionada a través de los ojos del cerdo, portador actual de la larva. Los pacientes humanos son cerdos en realidad, mirados por otro cerdo, que está convencido de su humanidad... un mero producto de una infestación parasítica.

Y Kris se despierta en mitad de la nada, sentada en su coche sin poder recordar. No ha ido al trabajo en varios días y sus excusas no van a evitarle el despido. No tiene nada; ha perdido su dinero, su casa, cree que es una enferma psiquiátrica y vive medicada.

La redención: el amor. 
En el metro conoce a Jeff (interpretado por el propio Carruth) y se enamoran (a la par que una pareja de cerdos comienza también a intimar). Ninguno comprende el vínculo que les une; se atraen, quieren estar juntos... Jeff también lo ha perdido todo y atribuye su fracaso al alcoholismo. Su incipiente romance culmina en una escena de pocilga: abrazados bajo las sábanas blancas, despiertan rodeados de una piara y se clavan en el estiércol las patas de su cama. Este amor supremo, este romance del que sólo somos capaces los humanos, esta 'superioridad' emocional que nos separa de lo animal se torna ahora irónica. Tal vez no estemos viendo otra cosa que a dos cerdos que retozan, creyéndose humanos gracias a la neurotoxina larvaria.

El catador de sonidos sabe que sus cerdos encierran parte de humano, se acerca a ellos y los acaricia a diario. Los sonidos silvestres que captura y que imita con su música se nos comparan con sonidos de máquinas; fotocopiadoras, impresoras... como si fuesen ellas mismas imitadoras de la naturaleza. 
El apareamiento de los insectos en una mesa de oficina.

Pero han nacido cerditos y la pareja de cerdos se protege del catador de sonidos, distraído ahora de Jeff y Kris, mientras evita que se le resistan y hullan. Kris desarrolla ahora un frustrado instinto maternal, quizás piense que los cerditos son o deberían ser su propia descendencia.
Los médicos le realizan estudios y descubren que en su día se le extirpó un tumor de útero en estadío avanzado. ¿Es la existencia un privilegio o una maldición?

-'Parece ser que eres una superviviente de un estadío III, Kris...'

Pero no hay alegría. Kris no recuerda nada. Lo único que cuenta es la pérdida, la pérdida potencial de su maternidad deseada. ¿Cuánto vale la supervivencia, es que sobrevivir basta? En este momento sobrevivir, para Kris, es una desgracia.
Y es ahora que el catador de sonidos separa a los padres de los cerditos, tirando a las crías en una bolsa a un río que se inundará de esencia azulada cuando llegue su putrefacción. Ese veneno, el veneno de Thoreau, ha pasado a la descendencia de los cerdos y colorea las flores de azul, para que 'El ladrón' las venda en los mercados.

Kris está alerta, como una madre a medianoche cuando su bebé llora, y no entiende las causas... pero escucha un sonido que proviene de debajo de la tierra, del crujir quizás de las raíces donde parasitan ahora las larvas. Como suele decirse; la llamada de la naturaleza. Jeff también está asustado, y los dos terminan abrazados, escondiéndose de todo en una bañera. 

'Walden' entra en juego a modo de recital acuático; Kris nada en una piscina de un azul clorado, recogiendo piedras del fondo, y recitando líneas del libro de Thoreau con cada déposito. Estas piedras parecen simbolizar la construcción de un sentido para esta pareja. Hay algo más detrás de su historia. 
Es así como acaban encontrando al catador de sonidos, atraídos por sus ecos imitados, y se le ajusticia a golpe de pistola. Los múltiples informes médicos que acumulaba en la granja de cerdos les revelan a otros muchos que han sido víctimas de la parasitación y a todos ellos Jeff y Kris les envían una copia de 'Walden', de Thoreau. Todos ellos despertarán así de su ensoñación e irán a la granja para cuidar de unos cerdos que serán para ellos más importantes que sí mismos. Un momento; ¿son ellos mismos?

Los pequeños ya no son lanzados en un saco al río más próximo, por tanto ya no existe putrefacción y las flores no vuelven a crecer azuladas por la neurotoxina. Se ha cerrado el círculo de la vida. Y, de alguna manera, se siente que hemos perdido algo; que esa esencia coloreada era lo que más nos cautivaba y que de la podredumbre nacía el velo de la belleza.
Al final de 'Walden', Thoreau alaba a una larva que empeña su vida en taladrar una mesa de madera de manzano, a pesar de que su libertad le cueste sesenta años. Y, se pregunta si no se restaura la fé en la inmortalidad después de esto. Su héroe, nuevamente, es el parásito.