martes, 7 de mayo de 2013

Naufragios de la mente. Recuerdos de un estudiante.



Al doctor Julio Denis, en 'Hombre mirando al sudeste' (Eliseo Subiela, 1986, Argentina), Rantés fué un paciente capaz de hacerle replantearse su vida y su profesión como psiquiatra. Además de regalarle algunos de los momentos más memorables de toda su existencia. Esta persona especial, con un talento casi mágico para las reflexiones humanas, notable inteligencia y una especie de ternura bondadosa, constituye todo un eje de pensamiento contra una Psiquiatría reciente pero centrada en el manicomio. En el aislamiento del que es distinto, en encerrar para no ver, en señalar con el dedo, en vestirse de loco o de cuerdo.

Estamos hablando de menos de tres décadas desde que vió la luz esta película, ambientada en un antiguo manicomio donde a los pacientes se les reprime por sus palabras. El psiquiatra fuma y juega con la silla mientras escucha al 'chiflado'; que es así como se les llama a los pacientes. Y toda la vida de estas personas se desarrolla así, aislados de los demás en algún sitio remoto y escondido del mundo. Para olvidar.

-Rantés: '[...] la naturaleza sólo permite un desarrollo muy lento, favorece más fácilmente un cambio de especie que un cambio de conciencia. Yo soy mas racional que ustedes ,respondo racionalmente a los estímulos: si alguien sufre lo consuelo, si alguien me pide ayuda se la doy, ¿por qué entonces usted cree que estoy loco? Si alguien me mira lo miro, alguien me habla lo escucho... ustedes se han ido volviendo locos de a poco por no reconocer esos estímulos, simplemente por haber ido ignorándolos. Alguien se muere y ustedes lo dejan morir, alguien pide ayuda y ustedes miran para otro lado, alguien tiene hambre y ustedes dilapidan lo que tienen, alguien se muere de tristeza y ustedes lo encierran para no verlo. Alguien que sistemáticamente adopta esas conductas, que camina entre las víctimas como si no estuvieran, podrá vestirse bien, podrá pagar sus impuestos, ir a misa ,pero no me va a negar que está enfermo. Su realidad es espantosa, doctor, ¿por qué no dejan de una buena vez la hipocresía y buscan de una buena vez la locura de este lado? Y se dejan de perseguir a los tristes, a los pobres de espíritu, a los que no compran porque no quieren o porque no pueden, toda esa mierda que usted me vendería de muy buena gana.
¡Si pudiera , claro!'

Muchas personas con enfermedades psiquiátricas tienen sin embargo una lucidez bastante sobrecogedora. Y es que esa idea del enfermo psiquiátrico como deficiente mental, agresivo, irracional, egoísta, malo... no es más que una generalización desconsiderada. Probablemente la mayoría de las personas que siguen creyendo que así es la realidad, no sepan nada de la vida diaria de una consulta psiquiátrica.
Nuestros pacientes son personas y por tanto encontrarás todo tipo de personalidades e ideologías; hay pacientes realmente difíciles no sólo por su enfermedad sino por su forma de ser y de ver las cosas, pero hay también personas encantadoras. De verdad que me llevé muy buen sabor de boca de mis prácticas como estudiante en Psiquiatría, incluso les llegué a coger cariño a unos cuantos pacientes a los que seguí de cerca durante ingresos de hasta un mes de duración, y a veces me pregunto cómo estarán. Espero que les vayan bien las cosas. Desde luego, han influído mucho en mi decisión de ser psiquiatra, y es por eso que -aunque no lo sepan- han cambiado un poco el rumbo de mi vida.

Uno de mis primeros pacientes fué un hombre de mediana edad, padre de familia en una zona rural, con un trabajo estable y muy buena relación con su esposa. No sabía por qué, pero llevaba tiempo pensando en el suicidio. Su familia le había notado un poco taciturno y algunas veces le habían visto llorar sin motivo alguno, pero las cosas no fueron a más así que no buscaron ayuda hasta aquel día en que su mujer no le encontró al volver a casa.

Había ido al puente en la zona donde solía pasear, ese puente que llevaba tiempo rondándole por la cabeza, y tuvo la suerte de sufrir un infarto antes de saltar para quitarse la vida.
Un perro se topó con él tirado en el suelo, inconsciente, y sus ladridos alarmaron a la gente del pueblo. El hombre ingresó en la unidad de coronarias y una vez recuperado, le trasladaron a la planta de ingresos psiquiátricos. Allí nos conocimos. Y todos los días hablábamos.

Estuvo mal durante mucho tiempo, largas semanas donde se reiteraba en su idea del suicidio en todas las consultas. La psiquiatra le explicó a su mujer que había estado atravesando un episodio depresivo mayor, que a veces sin motivo disminuyen los niveles de serotonina en el sistema nervioso, y que la medicación tarda semanas en hacer efecto.

Poco a poco fué mejorando, en las consultas hablamos mucho sobre sus pensamientos y aunque al principio estaba literalmente bloqueado e incapaz de mantener la atención, según fué mejorando volvió a ser la persona que siempre había sido. Era bastante bromista, sincero, cariñoso con su mujer y con sus hijos. No era ningún monstruo, sólo una persona con un problema transitorio, que se estaba recuperando.

Al alta prometió que haría un crucero por el Mediterráneo 'porque ya no estaba loco.'



Algunos de los pacientes que he visto eran pintores, quizás esa vena artística que suele atribuírseles a los enfermos psiquiátricos nazca de la necesidad de una mayor expresión; muchas cosas les están pasando por dentro. A veces les asustan, les inquietan, de alguna manera quieren plasmar sus sentimientos en un lienzo.

La calidad de la obra de un paciente con esquizofrenia paranoide que atendimos en su casa -en un programa de medicación domiciliaria- iba paralela al estado de su enfermedad.

Sus cuadros eran brillantes en fases donde la enfermedad estaba controlada, pero los trazos y los temas se volvían poco reseñables en las fases psicóticas. Lo que cambiaba era su propia percepción sobre la obra; no entendía por qué un jurado no había admitido su obra a concurso, cuando él veía en ella su mejor trabajo. Por desgracia era un dibujo esperpéntico en papel manchado que hizo caer las ventas de sus cuadros después del informe que emitió el jurado, tachándola de 'falta de respeto'. Los psiquiatras tuvieron que intervenir hablando con varios directivos de las galerías de arte donde solía exponer con frecuencia, explicándoles su caso personal y las diferentes fases de su enfermedad.

Otra paciente era una vagabunda que se ganaba la vida pintando retratos por las calles de mi ciudad. Nadie supo de dónde venía, no era española y hablaba poco el idioma, no tenía Seguridad Social y parecía sufrir una amnesia retrógrada bastante profunda -posiblemente causada por un daño cerebral a largo plazo de una esquizofrenia no tratada-. No sabía sus apellidos ni de dónde era.

Ingresó por un episodio psicótico; la encontraron gritando, aterrorizada y prácticamente en convulsiones. Mejoró mucho y le encontraron un sitio donde vivir, empezó a tomar medicación de forma controlada, los psiquiatras estaban intentando reintroducirla en alguna actividad cultural. Y es que en la sala de pacientes la habían visto jugar al ajedrez a nivel profesional, escribía poesia y volvió a pintar en cuanto alguien le trajo una cajita de acuarelas. Quizás esta mujer, que por las formas e intereses parecía muy cultivada, hubiese crecido en una familia aristócrata y hubiese sido universitaria.

Estos pacientes marginados que ingresan con cierta frecuencia en servicios de Psiquiatría, no son tampoco unos monstruos ni se merecen el desprecio de los demás. Quién sabe qué motivos o circunstancias personales les han llevado a vivir en la calle y a perderlo todo para mendigar. Esta mujer era muy amable, era culta, parecía buena persona, todo el personal de la planta de Psiquiatría estaba prendado de ella por su forma de expresarse y de compartir con los demás. Por las tardes enseñaba a varios internos a jugar al ajedrez y a dibujar, y a todo el mundo le daba constantemente las gracias.


Algunos pacientes son genios con cocientes intelectuales desorbitados, aunque no estoy segura de que sea esta la causa de su enfermedad mental, simplemente intento recalcar que hay de todo. Que algunos pacientes sí que sufren deficiencias mentales graves, otros son personas con una capacidad intelectual normal, y los hay también mucho más inteligentes que la media.

El caso más acusado que he visto fué un hombre con trastorno bipolar sin diagnosticar hasta su ingreso, que durante las fases maníacas cavilaba sobre un plan apoteósico para desalar el agua de los océanos. El proyecto que desarrollaba en las largas noches de insomnio sorprendió a varios catedráticos de toda España, que acabaron por escuchar sus ideas e incluso por comprar acciones en una compañía que realmente no existía. [Para aclarar un poco las cosas, diré que durante las fases maníacas un bipolar no duerme y nunca está cansado, está hiperactivo, en fuga de ideas, exaltado y con la autoestima por las nubes. Y por desgracia esto suele acabar en barbaridades como regalar por las calles el dinero de una herencia, saltar por la ventana, serle infiel a tu pareja, perder tu trabajo, et cetera.]

En pleno delirio desarrolló su idea para potabilizar el agua oceánica, ya que tenía inteligencia de sobra para eso y para más (si mal no recuerdo, el cociente intelectual que sacó en los tests pasaba de 140.) Pero por desgracia el proyecto parecía inviable y el dinero que invirtieron en él su familia y sus accionistas se gastó en viajes para promocionar sus teorías y en compra de materiales con los que construir sus máquinas futuristas que nunca llegaron a ser construídas. Durante las fases depresivas que sobrevenían a las maníacas, destrozaba planos y bozetos, olvidaba cálculos y se enfurecía consigo mismo hasta llegar al intento de suicidio; motivo por el que había ingresado.

Este hombre podría hacer muchas cosas si alguien le ayudase a controlar su enfermedad. Sólo había que escucharle diez minutos para darse cuenta de la genialidad que desprendía; hay que ver cómo hablaba, con qué vocabulario y con qué elocuencia se movía en la entrevista psiquiátrica. Toda una personalidad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario