viernes, 31 de mayo de 2013

Pasillos blancos.


Una semana de reencuentros; con la reanimación cardio-pulmonar, con las sesiones clínicas, las horas de estudio, el café de media mañana con otros médicos... pero sobre todo de reencuentro con los pacientes y sus seres queridos. En salas de espera abarrotadas, ascensores y pasillos del hospital donde se enfrentan cara a cara con la enfermedad. Muchas personas, todos los días. 
Y esperan, entre el miedo y la esperanza, ese 'veredicto' que emitimos a veces sin llamarles por su nombre o sin mirarles a los ojos. Porque tenemos prisa y porque nos pagan mal, porque hemos tenido una guardia horrible o una discusión a primera hora.

Antesala de endoscopia, 7:15 de la mañana. Personas que caminan de un lado a otro cabizbajas y personas que se sientan a esperar mientras abren y cierran varias revistas, intentan entretener la mente leyendo los carteles que decoran la pared, y llaman por teléfono para decir que están tranquilas. 
'Todo va a salir bien', 'tú no te preocupes', 'ya verás como no es nada'. Conversaciones entrecruzadas que escucho cada mañana mientras recorro pasillos y ascensores ya con la bata puesta; los bolsillos llenos de libretas, tablas de posología, un fonendoscopio aún impoluto, bolígrafos que promocionan Risperdal Consta.

Sala de espera en un ambulatorio, donde me siento a las 7:45 y veo a la gente que va llegando. Saludan y toman asiento, pero se levantan varias veces, ojean volantes médicos, pasean por el pasillo, miran alrededor. Muchas de estas personas vienen nerviosas al médico, como también nosotros mismos -más aún siendo tan hipocondríacos como somos- iríamos angustiados y con muy mal cuerpo a recoger el resultado de unos análisis sospechosos o de una biopsia hecha a toda prisa para confirmar algo que tememos mucho.

Y sin embargo, la alienación es un hecho y después de dos semanas ya la he vivido por momentos. Las torres de historias clínicas amontonadas, las consultas a contrarreloj, las salas de espera abarrotadas, las constantes noticias sobre recortes en Sanidad, el servicio de urgencias donde a penas consigues cruzar el pasillo sin tropezar con decenas de personas, la burocracia administrativa, ordenadores que se congelan y montones de anotaciones para no olvidar.

Alguien debería recordarnos cómo se ven las cosas ahí, al otro lado del fonendoscopio. Habría que sentarse de vez en cuando a escuchar las conversaciones de esas antesalas hospitalarias, a mirar las caras de las personas que esperan. A recordar que detrás de un número de historia hay alguien que quizás haya dormido mal pensando en qué pasará en nuestra consulta y que ha llamado a casa para decir que está tranquila. 

Una inyección de realidad.


http://mywifesfightwithbreastcancer.com/ es un reportaje fotográfico de 'la batalla que no elegimos', donde un marido fotógrafo cuenta la historia personal de su mujer en la dura lucha contra el cáncer de mama. Con el fin de hacernos ver a todos qué se siente de verdad al otro lado. Es un testimonio desgarrador.

He tropezado también con 'Hacia el amanecer', una novela de Michael Greenberg que aún no he tenido tiempo de terminar, pero que cuenta de manera transparente y sincera la visión de un padre que se enfrenta al primer episodio psicótico de su hija con trastorno bipolar. Me gustó que estuviera en la sección de Psicología y Psiquiatría de la biblioteca de mi hospital; me parece de lectura obligatoria para todos los que trabajamos con esta esfera de la enfermedad.

Aunque Greenberg es un periodista cultivado y deja claro que ha leído mucho sobre temas psiquiátricos, un padre espera que un episodio maníaco sea una especie de 'locura de adolescencia' que se pasará mañana tras una noche de descanso. Que su hija volverá de repente a ver el mundo como lo veía antes, que las plantas de ingreso psiquiátrico son para otro tipo de personas (nunca para una hija, un padre, o uno mismo. Nunca para una persona querida). Y el estigma social contra una Psiquiatría que carga aún con el bagaje de siglos y siglos de pseudociencia. El pavor a un tratamiento antipsicótico; ese tipo de medicación que prescribimos a diario y que nos resulta lo más normal del mundo, pero que para el paciente y sus seres queridos es un secreto de sumario. Es casi un insulto. 

'El 5 de julio de 1996 mi hija se volvió loca. Tenía quince años y su desmoronamiento marcó un momento crucial en la vida de ambos. 'Me siento como si estuviera viajando sin parar, sin ningún sitio al que volver', dijo en un momento de lucidez, mientras se dirigía a algún lugar que yo no era capaz de soñar o imaginar. Yo quería agarrarla y hacerla regresar, pero no había retorno.
De repente, toda posible comunicación entre los dos se había desvanecido. Parecía imposible. Ella había aprendido a hablar conmigo; había oído sus primeros cuentos de mí. Y, sin embargo, de la noche a la mañana nos habíamos convertido en unos extraños.

Mi primer impulso fue echarme la culpa. Como era previsible, traté de averiguar los errores que había cometido, en qué le había fallado; pero eso no era suficiente para explicar lo que había pasado. Nada lo era. Durante un tiempo deposité mis esperanzas en los médicos, y entonces comprendí que, aparte de la relativamente estrecha realidad clínica de sus síntomas, los doctores apenas sabían más de su enfermedad que yo. Los mecanismos que subyacen en las psicosis, descubriría, siguen estando tan envueltos en el misterio como lo han estado siempre. Y aunque esto dejaba pocas esperanzas inmediatas de curación, indicaba secretos más hondos.

Es una especie de sacrilegio hoy en día hablar de la locura como si fuera algo menos que la enfermedad química cerebral que es a cierto nivel. Pero había momentos con mi hija en que tenía la angustiosa sensación de estar en presencia de una rara fuerza de la naturaleza, como una gran ventisca o inundación: destructiva, pero a su manera también asombrosa [...]'


La mayoría de la gente no sabe qué es realmente el trastorno bipolar, piensa que consiste en llorar y en reírse a la vez o en alternar durante el día. Es un diagnóstico misterioso cuanto menos, por eso es fundamental educar a las personas que están cercanas al paciente para que sepan reconocer las distintas fases y prevengan así recaídas graves. No puede haber adherencia terapéutica en estas enfermedades, mientras no enfoquemos nuestros esfuerzos a explicarlas y a hacerlas más tangibles, molestándonos en resumir brevemente qué hace la medicación que se prescribe. La gente cree que el fín de toda medicación en Psiquiatría es sedar y 'dejarte vegetal', con lo cual hay todavía una creencia popular que desconoce la existencia de medicaciones ni remotamente selectivas o que puedan actuar sobre la química cerebral.

He estado leyendo sobre historia de la Psiquiatría, es nuestra primera lectura recomendada y realmente llevamos menos de un siglo de historia científica. No fué hasta los años 50' que empezaron a utilizarse los psicofármacos con ventajas terapéuticas en los diferentes trastornos. La historia de la Psiquiatría es la historia de la concepción mágico-animista, de la demonología, de la tortura como liberación del alma perturbada, de la brujería, de la 'asociación libre' en el diván de Freud, de los enfermos encadenados y aislados del mundo.

Y esos enfermos, que han existido siempre y a los que la historia ha torturado tanto, siguen enfrentándose a una problemática social que muchas veces los derrumba: desempleo, aislamiento, burlas, mendicidad, abandono.
Hoy he visto a una persona bastante joven, con una hipoacusia severa en ambos oídos (el otorrinolaringólogo ya ha verificado que es corregible con audífono) que intenta superar un episodio depresivo mayor con síntomas psicóticos, estando aislada del entorno por esa barrera que se le presenta encima. No tiene recursos económicos para pagarse al menos un audífono, y no hay ayudas que puedan echarle una mano. Otro paciente había perdido su trabajo, el contacto con su familia y el piso donde vivía. Varias personas vivían en entornos totalmente desestructurados donde varios parientes son enfermos psiquiátricos o abusan de algún tóxico y donde es grave la falta de ingresos. 

Por eso el papel social de la Psiquiatría es inmenso y parte de nuestro trabajo. Se han cerrado los manicomios, yo creo que con buen criterio, pero estas personas necesitan soporte social para seguir con sus vidas. Su rehabilitación no pasa por ingresos aislados y medicación como única arma; por eso los dispositivos asistenciales tienen que llegar a sus casas, hay que proporcionarles opciones laborales y judiciales, actividades de ocio y psicoeducativas, la posibilidad de interacción social. No tratamos cerebros, tratamos mentes -cerebros que interaccionan con el entorno-, por lo tanto nuestra labor va más lejos.

'Para ocuparse de los 'locos' se ha necesitado siempre de una ciencia que pudiese penetrar donde las ciencias naturales no podían: el universo de la mente humana'

-F. Alexander en 'Historia de la Psiquiatría', 1970.




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