viernes, 21 de junio de 2013

Eufemismos de bata blanca.

 

 

 

 
 
Creo que es una estrategia de supervivencia.
 
Intentamos olvidarnos, a toda costa, de que la vida tiene ese componente de aleatoriedad; que hoy le pasa a otra persona, pero mañana puede que seas tú, o quizás alguien a quien quieras. Por encima de todo, no nos sentaría bien reflexionar sobre las enfermedades que tratamos y los casos que vemos a diario. Nuestra vida se teñiría, inevitablemente, del color de la desesperación y la miseria. Sí, la miseria... de una existencia que acaba en vejez solitaria, enfermedad dolorosa, miedo, espera desesperada, angustia.
 
Encararse más de ocho horas al día con la desgracia ajena podría hacer que reventásemos al llegar a casa. Por eso es mejor hablar de 'neos' y de 'metas', de 'éxitus', de pacientes 'gordochas', de 'abuelomas'. Endulzar realidades muy crudas con el velo del eufemismo y la tecnicidad. Terminología médica y palabras estériles o que pretenden ser simpáticas; para olvidar que existe la muerte y la enfermedad. Y que están por todas partes, a la vuelta de la esquina. Que muchas veces no podemos hacer gran cosa. Que no siempre hay causas. Que la medicina sigue siendo primitiva.
 
Y luego, cuando tengamos que operarnos de cualguier cosa o nos diagnostiquen una enfermedad más banal, comentaremos con otros médicos que estamos al borde de la histeria. En el ascensor:
-'Tengo una hernia discal, me operan con anestesia general, menuda broma...'
-'Madre mía, pero qué faena, a mí en un quirófano no me meten ni a la fuerza.'
 
Pero esa misma mañana has diagnosticado un cáncer de ovario con metástasis cerebrales refractarias a múltiples líneas de tratamiento. Y te ha hecho gracia esa 'pedazo de pelota' que tenía tu paciente en el lóbulo frontal.
Te has quedado a cuadros al ver a una mujer mareada durante la información para pacientes, por el simple hecho de que su marido es un enfermo terminal que a penas soporta el dolor a base de mórficos y ahora está siendo informada de la situación y de su irreversibilidad.
Te ha parecido increíble que una familia llorase al ver a una abuelita de 90 años que agoniza. Has pensado que estas cosas pasan todos los días y no hay que dramatizar.
 
 
 
 
Es más fácil ver a los pacientes como seres extraños e incomparables con nosotros; radiografías de tórax, angioTACs, niveles de creatinina, porcentajes de estenosis coronaria. Un número de habitación, quizás. O puede que un sexo y una edad más o menos acorde con el diagnóstico que intentamos esbozar. Una pauta de tratamiento adaptada a la última guía farmacológica.
 
No es suficiente. No somos máquinas. Ni trabajamos con máquinas.
 
Y es que por más que el ordenador y los papeleos burocráticos nos roben largas horas de nuestra jornada laboral, es el paciente quien importa. Es una persona. No sería sensato ni viable llorar todas las noches por todos los que sufren y fallecen ni por sus familias, pero no entiendo ese distanciamiento emocional, como tampoco entiendo la fascinación puramente técnica con enfermedades que causan sufrimiento y desgracia.
 
Yo he estudiado Medicina para ayudar a los demás. Lo fascinante de una enfermedad compleja o rara es poder curarla, o aliviar sus síntomas; no es ver ciertos niveles en unas pruebas diagnósticas ni disfrutar con la rareza de su semiología.
 
-'Una tuberculosis anal, ¡qué pasada!, ¡yo quiero biopsiarla!'
 
-'¡¡Este tío tiene una glucosa de 1300, el vejete es un terroncito de azúcar!!'
 
-'A mí es que todo lo que sea osteosarcoma me apasiona, el otro día ví un TAC que se salía; ¡una imagen de libro en capas de cebolla que estaba guapísima!'
 
-'Este es un TAC muy bonito con una imagen en suelta de globos preciosa, de una neo de recto, también con sus metas óseas.'
 
-'Yo es que lo vivo en craneotomías, ¡todo lo que sea abrir cabezas es lo más!'
 
La curiosidad científica es absolutamente necesaria en Medicina. Pero sinceramente no soporto este tipo de comentarios y aunque entiendo que es imposible tomárselo todo a pecho en un trabajo tan extremo como es ser médico, no puedo hacer otra cosa que guardar un respeto por las familias y por los enfermos. No puedo disfrutar con su dolor ni con su sintomatología, es inviable trabajar sin disfrutar pero pienso que la satisfacción y las alegrías ya vienen -por suerte- de mano de la mejoría de muchas personas a quienes conseguimos ayudar. Yo disfruto también entendiendo cómo funcionan el cuerpo y la mente humana, qué avances vamos teniendo en Medicina y qué teorías se barajan.
 
 
 
 
Para suavizar el día a día siempre hay alguna persona agradecida o simpática que te dará las gracias o te robará una sonrisa. Los pacientes, muchas veces, quieren conversar y desde luego tienen personalidades y actitudes muy distintas. No ha pasado un sólo día en estas tres semanas en Medicina Interna en que no me haya reído al menos una vez en toda la mañana. A veces son los propios pacientes que bromean durante el pase de planta, otras veces es algún familiar, otras veces son los propios compañeros de trabajo que te sorprenden con café calentito y magdalenas caseras.
 
El ataque de risa de un anciano al que le dije que me apretaba con muchísima fuerza e iba a romperme las manos durante la exploración neurológica. La angioplastia 'delictiva' en un informe de alta (el médico había dictado 'electiva' pero la secretaria mecanografió mal). La conversación con un paciente de mi tierra sobre expresiones olvidadas que dijo haberle sentado 'mejor que el desayuno y las pastillas.' Los bombones a las tres de la mañana por el cumpleaños de una enfermera. El paciente que al alta te dice que ha quedado encantado con todo el personal. La señora que quiso emparejarte con un nieto de tu edad que, según dijo, seguramente te gustaría. El informe de un médico de familia peculiar que refiere al paciente al hospital por 'bajón a valorar'. Pacientes que te dicen que para vivir 100 años tienes que hacer yoga (y se despiden a voz de '¡haga yoga, doctora!' por los pasillos de urgencias.) Gente agradecida, a las 4 y a las 5 de la mañana. Me han dado más las gracias en este mes que en toda mi vida.
 
 

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