martes, 18 de junio de 2013

No sé qué coño me pasa hoy.

[...] algo impide que me mueva,
un vacío sepulcral,
mi cuerpo con vida
descansa en paz [...]





Ya ha pasado, y perdí los estribos por momentos. Supongo que es lo que conllevan profesiones extremas como es ser médico: hay días en que te sientes tan útil y tan pleno, y hay días en que la frustración, el estrés y el cansancio te hacen desear dejarlo. Con todas tus fuerzas. Dedicarte a cualquier otra cosa que no se enfrente día a día con la desgracia fortuita de miles de personas, con la muerte, con el dolor, con la incapacidad para ayudar tanto como te gustaría. Con los recortes sanitarios de un país que se va a la mierda, con las prisas, con las horas delante del ordenador y las pilas de informes de alta. Con los roces del trabajo en equipo, con los familiares cansados de esperar o hastiados. Con el miedo ajeno. Y con el tuyo propio.

Y aún así, sintiéndote a penas un intermediario entre la incertidumbre y la muerte, pones el despertador para el día siguiente y te quedas dormido leyendo un libro sobre el Alzheimer. Llegas a la planta con ganas de gritar y rememoras cuanto has pasado para llegar a este punto de tu vida: horas y horas de estudio, exámenes, obstáculos académicos de todas clases, noches de insomnio, muchos nervios. ¿Cuánta adrenalina has quemado?, ¿cuántos malos momentos?, ¿cuántas veces has dicho 'lo dejo'?

Pero no para. Los pacientes han tenido fiebre, hemoptisis, diarrea, síndrome confusional, síncopes, mareos, náuseas, ataques de asma. Alguien falleció anoche y han traído el nuevo ingreso a la planta. Las urgencias están abarrotadas y no hay espacio suficiente para ingresar a todas las personas que necesitarían -aquí y ahora- de tu ayuda.

Todo te importa nada. O eso decías al desayuno, o en la ducha. Pero ahora estás delante de personas y tienes que volver a explicar con dedicación, a escuchar, a indagar, a pensar en posibles causas. No puedes parar. No eres imprescindible, no te endioses, a penas sabes una pizca sobre una milésima parte de la medicina. No vales más que quien está tumbado en la camilla o espera en la sala de endoscopia. Pero puedes ayudar, es tu obligación y tu privilegio, date cuenta.


La semana pasada culminó con una guardia en la que disfruté hasta bien llegada la noche, cuando un adjunto decidió apabullarnos sin necesidad mientras se acumulaba el trabajo y el agotamiento hacía mella. Mis residentes mayores, en el descanso, se aferraron al café negro, al Alprazolam, al tabaco. Es difícil soportar 17h de trabajo siendo puteado.Yo me dediqué a pasear de un lado a otro, como suelo hacer cuando estoy nerviosa, y llegué a calmarme lo suficiente como para volver a sentirme con ganas de todo. Pero entonces llegaron las quejas de pacientes agotados por una espera de largas horas a la puerta de urgencias. Varias consultas fueron tensas, no demasiado respetuosas, me sentía incómoda e insegura. 

La planta de Medicina Interna se torna a veces demasiado rutinaria. No quiero decir que para nada esté cerca de dominar el trabajo diario de un internista (sería imbécil si creyese tal cosa); lo que pasa es que las patologías y abordajes terapéuticos se repiten todos los días hasta reducir toda una planta al fallo cardíaco, a la infección urinaria y al EPOC. El psiquiatra dentro de mí quiere hablar más con los pacientes y comprenderlos mejor, y se cansa de analíticas de todo tipo y de protocolos terapéuticos tan impersonales como necesarios.

Por suerte, los pacientes mejoraron durante el fin de semana y el lunes volví a cogerlo con fuerza. Creo que estoy aprendiendo bastantes cosas, aunque no consigo estudiar al ritmo que me propongo y aún me pierdo demasiado leyendo historias clínicas o pautas de tratamiento. He empezado a sentir que leo demasiado el Medimecum, como si fuera ya mi libro de bolsillo.

He aprendido también que en este mundillo médico, cuando no sabes de qué hablar, preguntas cosas del tipo: '¿cuándo tienes guardia?' o '¿qué tal la guardia el otro día?'. He aprendido que la mayoría de la gente parece decir que la Psiquiatría les interesa, y que también en la mayoría de los casos se sigue de un 'pero' que suele hacer referencia a la dificultad para empatizar con los enfermos psiquiátricos, al temor por lo desconocido, a la falta de objetividad absoluta de nuestros diagnósticos, al miedo hacia los enfermos, a la sensación de ser incapaz de enfrentarse a ciertas decisiones que tachan a una persona de 'loco' o de 'cuerdo.'

Yo sigo añorando todo lo psiquiátrico.

Por las tardes leo libros de Oliver Sacks o algún texto relacionado con temas psiquiátricos. Siento que he elegido lo más interesante, lo más bonito. Y que cuando hablo de por qué quiero ser psiquiatra, a la gente le resulta quizás demasiado idealista y demasiado extraño. Muchos han escogido esto o aquello para quedarse en la ciudad que querían o porque les interesa pero no es que les apasione. O por culpa del dichoso número de orden, han echado mano de un plan B que no era lo que realmente les hubiese gustado. Todo esto me da bastante pena y me parece un lastre, ojalá todo el mundo pudiera escoger lo que realmente quiere o llegar a saber lo que realmente va a hacerle sentir bien. 


Por ahora, seguiré siendo el internista que lleva al psiquiatra dentro. O 'nuestra médica humanista', como me llamó ayer mi tutor. No sé qué coño me pasa hoy, pero el cabreo ha dado paso a la euforia de nuevo. 

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