sábado, 18 de mayo de 2013

Mariposas en el cerebro.




Maletas, bolsas de viaje, cajas de cartón, un maletín, bolsas de plástico, una mochila, un neceser viejo. Todas mis cosas que, apiladas, esperan a ser abiertas en un nuevo rincón que durante los próximos cuatro años será mi hogar. Quise que la Psiquiatría me brindase la oportunidad de empezar de nuevo en una ciudad distinta; dejo atrás las calles que rodean a mi universidad, las escaleras al hospital donde por primera vez vestí la bata blanca, las caras conocidas, la que hasta ahora había sido mi vida. 

El sabor de boca agridulce de lo conocido y toda la ilusión de las aventuras.

La emoción a flor de piel, porque he conseguido mi sueño; voy a formarme en un campo que lleva años pareciéndome apasionante, voy a estar con las familias y con los pacientes, voy a empezar a ser lo que realmente quiero ser. El sacrificio ha sido inmenso; tantas noches de insomnio por exámenes muchas veces injustos, tantos momentos de ansiedad y de 'lo dejo', cajas y cajas de apuntes subrayados de multicolor y libros de texto. 

Y en mente tengo a muchas personas que fueron, aunque fuese por un rato, pacientes míos. Personas que me dejaron que las explorase después de que múltiples médicos las hubiesen explorado, me ayudaban a completar su propia historia clínica ('pregúnteme si tengo contacto con animales, doctora, que los médicos más mayores me lo preguntan todas las mañanas'), que me daban pistas mientras los auscultaba ('me dijeron que tengo un soplo', 'yo es que tengo el EPOC ese, hija', 'de joven tuve una tuberculosis y se me escuchan todavía las heridas si pone el aparatito algo más arriba'.)

La verdad es que no soy muy filántropa, ni tampoco suelo ser demasiado optimista, pero sinceramente los pacientes nunca me han dejado mal sabor de boca. Terminé la carrera con la idea de que las personas enfermas son agradecidísimas; suelen darte las gracias todo el tiempo, no quieren molestar, cuando eres estudiante te desean lo mejor en los estudios e intentan que ganes puntos con tu adjunto supervisor con comentarios del tipo; '¡qué médica tan buena, póngale la mejor nota!'


Recuerdo múltiples anécdotas. Una mañana, en Oftalmología, hubo una chica que estuvo un buen rato extra en la consulta para que yo aprendiese a diagnosticar una retinopatía diabética. El oftalmólogo que me supervisaba en prácticas era encantador y me lo explicaba todo (¡eso pasa muy poco!), así que me describía lo que había visto y luego me pasaba el oftalmoscopio para que yo intentase llegar al mismo diagnóstico. Con esta chica no hubo manera de ver los microaneurismas y los exudados algodonosos, y eso que no estamos hablando precisamente de minucias que requieran de un ojo clínico fuera de serie. ¡Es que yo no sabía ni enfocar bien el aparato!

Cuando el oftalmólogo me preguntó qué había visto, no pude mentir y dije: 'pues... no mucho', a lo que la chica respondió que me tomase mi tiempo y que lo más importante era que aprendiese bien aquello porque muchos médicos decían saber las cosas sin fijarse y luego los pacientes tenían que pagar caro sus despistes o su falta de interés.

Me acordé mucho de ella cuando nos pusieron una imagen de retinopatía diabética en la parte práctica del examen de oftalmología.



La planta de Geriatría era especialmente agradecida; los ancianitos eran más que agradables con todos los estudiantes si te molestabas en escucharles un rato y en explicarles un poco sobre sus problemas. Yo llegaba al hospital temprano porque estaba un poco lejos de casa y al ir andando siempre calculaba mal el tiempo, pasándome de exagerada con las prisas. Me asomaba a saludar a los pacientes que había historiado el día antes y te trataban como si fueses una eminencia. 

'¡Tengo la doctora más guapa y más lista, y tan jovencita!', les decían las señoras a sus familias.

Pero yo en realidad, a duras penas conseguía esbozar una historia clínica más o menos completa, o diferenciar un soplo aórtico de un soplo mitral. Y es que realmente, lo que hace que un paciente confíe y se sienta bien contigo como médico, es que le mires a los ojos cuando le hablas y que sepas su nombre, no solamente su número de habitación o el nombre de su patología.

Los pacientes son María, Antonio o Juan. No son 'el de la 357A' ni 'varón, 60 años, cardiopatía isquémica' (que así se les llama muchas veces en las plantas hospitalarias.)



En el servicio de Ginecología y Obstetricia (prácticas que realicé en un hospital belga, de habla flamenca) me dejaron pasar consulta sola en revisiones de embarazadas, de forma bastante activa. 
Muchas mujeres hacían el esfuerzo de hablar en inglés para que pudiese seguir con todo detalle la consulta, dejaban que nuevamente (mi adjunto les había pasado consulta antes) les tomase el perímetro abdominal, la tensión arterial, realizase puñopercusiones renales, me iniciase en la ecografía fetal...

Como ví que bastantes parejas preguntaban por cuestiones como el funcionamiento de la ecografía (por miedo a los riesgos fetales) y de las pruebas de cribado del primer trimestre, estudié esos temas para las prácticas y disfrutaba escuchando sus preocupaciones sobre ellas y transmitiéndoles un poco de tranquilidad. Se están perdiendo, en general, estos gestos en las consultas... pero a pesar de la carga asistencial, del estrés y de los recortes, se siguen viendo médicos muy entregados en este aspecto y de ellos he aprendido.



En Medicina Familiar y Comunitaria aprendí, nuevamente, la importancia de transmitir y de escuchar. Muchos diagnósticos se retrasan largo tiempo por no haber indagado un poco más en aquel síntoma que el paciente mencionó de refilón cuando vino a consulta por otra causa. 

Los pacientes se dejaban explorar una y mil veces, respondían a las mismas preguntas que mi médico les había hecho antes cuando volvía a pasar consulta yo sola, me mostraban otra vez un liquen plano o un rash cutáneo o una cicatriz de colectomía. 

Como ya por entonces estaba muy interesada en la Psiquiatría, mi médico les pedía a todos los pacientes con historias de ataques de ansiedad, episodios depresivos, fobias de cualquier tipo, insomnio o cualquier otro problema relacionado con el ámbito psiquiátrico, que me describiesen los síntomas que tenían o habían tenido y cómo había sido la evolución con el tratamiento. 
Me dí cuenta de la importancia de la Salud Mental en Atención Primaria, no son meras estadísticas teóricas, hay un porcentaje muy importante de casos con patología psiquiátrica y el médico de familia tiene que aprender mucho sobre estos temas ya que el manejo de los episodios leves corre por su cuenta y tiene que aprender también a derivar a los casos graves (a base de entrenarse en la entrevista psiquiátrica.)



Los paciente oncológicos en el servicio de Otorrinolaringología me conmovían a diario por su lucha personal, por su manera de afrontar las cosas, porque eran capaces de regalarme lo mejor de sí en las consultas para que yo aprendiera, por su agradecimiento a todos los médicos y por su confianza.

Era increíble poder decirle a alguien que se había curado, que poco importan las estadísticas sobre su tumor y todos los riesgos que ha asumido, que todo está bien y que los resultados son perfectos. Eran momentos de mucha emoción y los pacientes no sabían cómo agradecer todo aquello.
Fueron muy amables conmigo, en los momentos buenos y en los malos, y yo solamente estaba allí aprendiendo lo básico sobre la exploración otorrinolaringológica.



En Cirugía General y del Aparato Digestivo, prácticas donde mi único consuelo eran las consultas externas (la organización del servicio era bastante caótica y en quirófano no veía casi nada). 

No es precisamente agradable que una estudiante aprenda contigo a hacer un tacto rectal, menos aún cuando vienes nervioso a recibir los resultados de las pruebas de seguimiento tras una colectomía por un cáncer de colon. Pues aún así, todo el mundo me dejó aprender y fué muy amable conmigo.

No estaba yo precisamente boyante en cuanto a exploración abdominal se refiere, tampoco. Mi adjunto me regañaba porque 'no tenía arte', pero los pacientes le contestaban que nadie nace aprendido y que además no les había hecho nada de daño. Se lo agradecí mucho.



Y por supuesto, en Psiquiatría; por muy estigmatizados que estén los enfermos mentales, a más de uno le sorprendería ver que suelen comportarse bastante mejor que las personas supuestamente 'cuerdas'.

Recuerdo un día en el que cruzaba el pasillo para buscar unos historiales médicos en el cuarto del fondo, era uno de mis primeros días en la planta de Psiquiatría, y tenía miedo porque iba yo sola y los pacientes pululaban de un lado a otro o se sentaban a las puertas de aquel cuarto.
Según me acercaba, veía que no me quitaban ojo y que empezaban a levantarse y a caminar en dirección a mí. Pensé; 'ay dios, la que me espera...' y cuál fué mi sorpresa cuando esas supuestas bestias despiadadas empezaron a darme los buenos días y a preguntarme por el esguince de pié que había tenido mi adjunta la semana pasada.



Con todo esto no pretendo idealizar a los pacientes; son personas, como tú y como yo (que también somos o seremos en alguna ocasión pacientes). Hay buenas y malas personas, gente amable y gente desagradecida, pero no puedo negar que mi experiencia durante la carrera fué mayoritariamente positiva. Los días que llegaba a casa quemada, enfadada o llena de rabia tenían su causa en ciertos adjuntos prepotentes y en incompetencias sobre todo burocráticas que me parecían sangrantes en el día a día de un hospital.

También, de vez en cuando, por algún compañero de clase que se preocupaba solamente por conseguir las mejores notas y no tenía interés por los pacientes o por aprender cualquier cosa 'que no cae en el examen'. No condeno esta forma de hacer las cosas, cada uno es libre de elegir lo que quiera, pero reconozco que insulta de manera directa a mis ideales para hacer Medicina. Los pacientes no son preguntas de respuesta múltiple acertadas, matrículas de honor o listas de síntomas. Admiro a quien se centra en la excelencia académica, pero no nos olvidemos de nuestra labor real; cuidar de personas.

Es cierto que los pacientes te demandan en algunas ocasiones, que las familias protestan y se muestran desagradecidas, que son a veces incomprensivos con la demanda asistencial de los médicos... pero, pese a todo, sigo pensando que la gran mayoría de la gente está contenta con un médico cercano, humano y que hace las cosas bien.

Y eso es en lo que aspiro a convertirme.

2 comentarios:

  1. Que hermosa entrada, voy a compartirla porque me ha gustado mucho. Tenemos una forma muy parecida de entender la medicina y además gustos comunes! (también me gusta mucho la psiquiatría y la AP). Será que hoy me has cogido más tierno pero reconozco que me has tocado la fibra sensible ^^ Un abrazo!

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    1. Muchas gracias y encantada de haberme tropezado contigo por estos mundos internautas. Yo siempre le guardaré un sitio especial a AP, tanto que si el panorama laboral sigue tan mal, quizás me vea haciéndola de 2ª especialidad en unos años :)

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